Flashback
II. Un paraíso llamado “La Casa de Hammer”

II. Un paraíso llamado “La Casa de Hammer”

Rodrigo Carrizo Couto

Negras limousines y  coches deportivos. Carísimos coches alemanes o japoneses aparcados frente a un edificio ultramoderno. Oficiales de seguridad, de traje y corbata en la puerta, efectúan a veces un rápido control de pasaportes. Tras todo esto nos hallaremos en un inmenso vestíbulo dominado por un reloj torre de unos veinte metros. Ascensores de cristal que suben y bajan como balas por los diversos pisos del edificio en cuestión. Veremos también fuentes bien iluminadas y llenas de peces de colores.

Una babel de idiomas hablados por elegantes hombres y mujeres vestidos con trajes italianos y vestidos franceses. Carteles con publicidad en idiomas que van desde el hindi al finlandés. Tras cruzar un largo pasillo y subir unas escaleras mecánicas nos encontramos con una sección de tiendas. Chocolates suizos, cigarrillos americanos, la mejor prensa europea, carne, caviar, pescados, quesos de Holanda, docenas de tipos de vodka y buenos vinos.

Un paraíso en la ciudad de la escasez.

Estamos en “La Casa de Hammer”…

A orillas del río Moscova, a pocos cientos de metros de la céntrica Avenida Kalinin se encuentra este complejo de edificios de cemento y cristal que alberga al Hotel y Centro Internacional de Convenciones y Comercio.

¿Por qué Casa de Hammer?

Armand Hammer es un multimillonario americano, empresario, que amasó su fortuna trabajando con los soviets desde los primeros días de la revolución. Tuvo la inteligencia como para poder obtener los primeros contratos de comercio con el nuevo gobierno, e incluso se vanagloria de haber sido amigo personal de Lenin (aunque los rusos afirman que solo se vieron una vez en la vida, y en medio de una reunión con muchas otras personas). Este hombre decidió hacer un “regalo” al país que le hizo rico, y ese regalo no fue otro que este Centro de Congresos y Hotel. Probablemente, el más caro y lujoso de toda la Unión Soviética.

En este lugar viven los representantes de las diferentes empresas que tienen (o intentan tener) relaciones comerciales con la URSS. Empresarios, banqueros y financistas de Japón, Estados Unidos, Alemania, etc. En estos edificios se encuentran también las oficinas o representaciones de empresas tales como Pan-Am, la Banca del Lavoro, Air France e infinidad de firmas occidentales. A pesar de lo elevado de los precios (un apartamento de una habitación llega fácil al millón de pesetas / 6.000 euros de alquiler mensual), es imposible encontrar sitio en estos pisos hasta dentro de varios años. Todo está ocupado, o ya reservado para las grandes empresas.

Además de los pisos, nos encontramos con algunos de los bares, restaurantes y pubs más lujosos de la ciudad, incluyendo al barco – restaurant “Riviera”, donde una cena para dos cuesta fácilmente 80.000 pesetas (500 euros de hoy). En su shopping center es posible encontrar (gracias al milagro de la divisa extranjera) desde ámbar hasta un ejemplar del día del “New York Times”, y desde un equipo de video japonés hasta una hermosa jovencita que le hará pasar un buen rato por 100 dólares.

Es este un universo de elite, rigurosamente cerrado al ruso normal que circula por las calles con su bolsa de la compra (generalmente vacía). Es este un mundo prohibido y deseado, al igual que todos los hoteles de la cadena “Intourist”; pero sin duda, el más inaccesible de todos ellos (incluso para los propios extranjeros) es la “Casa de Hammer”, o “Mezh”, como se le conoce en la jerga de los extranjeros de Moscú.

Mezh” es la abreviación de “mezhdunarodnaya”, o “internacional”.

Solo dólares

A estos mundos soñados solo tiene acceso, legalmente, el turista o los extranjeros residentes en la ciudad. ¿La razón? Ante todo es económica, dado que todo (absolutamente todo) se vende allí en dólares americanos, o divisas equivalentes. Y un ruso no tiene forma (legal) de estar en posesión de moneda extranjera y, por tanto, no puede comprar ni consumir nada. Y si no puede gastar dinero, ¿para qué quiere entrar? Lógico, ¿no?

La excepción al tema de las divisas son los escasos rusos que perciben su sueldo, o al menos parte de sus ingresos, en divisas fuertes. Por ejemplo, los que están autorizados a trabajar en el extranjero, como miembros del cuerpo diplomático o artistas; o con turistas: guías y traductores.

Pero volviendo al “Mezh”, en sus bares se puede apreciar el fenómeno de camareros amables y un servicio sumamente eficaz, cosa que es prácticamente imposible en encontrar en otros lugares. También se puede bailar en discotecas, o beber cerveza en compañía de los amigos hasta horarios tan insólitos como las 4 de la madrugada. De hecho, en todo el país, y en Moscú en particular, por una serie de decretos que vienen del periodo estalinista (y que aún no se han derogado) todos los lugares públicos (desde bares y restaurantes, hasta teatros y cines) se ven obligados a cerrar sus puertas a las 23:00 horas. A esa hora, para el extranjero con ganas de fiesta solo cabe la posibilidad de dirigirse a los hoteles internacionales: auténticos oasis, y al mismo tiempo guetos en los que la comunidad extranjera ahoga su agobio en cerveza importada y vodka helada.

El shock que produce al recién llegado el ingreso en estos lugares es bastante grande.  De una ciudad en la que se carece de casi todo, se pasa a paraísos artificiales, donde todo es comprable o negociable. Del gris eterno de esta ciudad se pasa, a través de una simple puerta, a un mundo de luces y colores, donde se emborrachan, ríen y bailan extranjeros venidos de todas partes del mundo.

En todos estos sitios imperan a la salida los pequeños mafiosillos que controlan que controlan el mundo de los taxis (del que ya hablaremos) y parte del de la prostitución. ¿Prostitución en un país socialista? Pues…sí.

Esos sujetos le cobrarán al extranjero diez, quince y hasta veinte veces más de lo que marcan las tarifas oficiales de taxi, cuando no piden directamente ser pagados en dólares. Algo que últimamente ocurre con frecuencia, sobre todo a altas horas de la noche.

Convivencia policial

Todo este circo convive en perfecta armonía con la policía y los servicios de seguridad que pululan en masa por estos bastiones del privilegio; al igual que muchos revendedores de relojes, cigarros y artículos militares, como ser gorras, uniformes e insignias y medallas diversas.

Este es el mundillo donde un extranjero puede llegar a pagar 30.000 pesetas (unos 200 €) la noche por una habitación simple que no tiene ni refrigerador ni aire acondicionado, ni muchas de las comodidades mínimas que se esperan por ese precio en un hotel europeo.

Y también están las famosas tiendas “Beriozka” (abedulito), donde uno se puede proveer de todo lo necesario, previo pago en divisas fuertes. Ahí usted pagará treinta dólares por algún suvenir que los muchachos del mercado negro de la puerta podrían conseguirle por veinte rublos. Además de algunos productos soviéticos que son asequibles en las calles; objetos tales como las célebres “matrioshkas”: las muñequitas de madera que se meten unas dentro de las otras.

En este mundo de los hoteles prohibidos donde un ruso podría comprar alimentos que de otra forma solo podría soñar, también se encuentran los objetos que desvelan a tantos moscovitas. Estéreos, compact discs, ropa de marca y el que parece ser el gran sueño de esta temporada: el reproductor de vídeo; uno de los más poderosos símbolos de estatus social en la sociedad sin clases.

Pero en el país que edita más libros del mundo nos encontraremos con la paradoja de que en estas tiendas se pueden comprar libros (tanto en inglés, español, francés o ruso) que están (o estaban hasta hace poco) prohibidos, y que son absolutamente inconseguibles en las calles. Obras tales como el ya mítico “Archipiélago Gulag”, de Solzhenytsin, “Hijos de Arbat”, de Rybakov, o las obras completas de Freud. Aquí no hay déficit; aquí nunca falta de nada ni hay colas kilométricas.

¡Todo para el extranjero!

“A por divisas”, parece ser la consigna…mucho más realista que las que cuelga el Partido Comunista por las calles.

©Rodrigo Carriozo Couto

Chicas de la noche

¿Qué se hace en una ciudad donde todos los bares y restaurantes cierran sus puertas a eso las once de la noche, como muy tarde? Pues muy sencillo: comenzar la fiesta mucho más temprano. No hay que olvidar que en invierno es de noche a las cuatro de la tarde; por tanto las siete es una hora prudente para ir a cenar.

La cena es todo un acontecimiento para los rusos. Es un pueblo que sufre mucho, pero que sabe disfrutar al máximo de los escasos momentos de diversión que le ofrece su sistema. Curiosamente, aunque no lo parezca, es un pueblo alegre.

Claro que una cena rusa tiene poco y nada que ver con lo que entendemos en España por ir a cenar. Vamos a empezar analizando rápidamente lo que es una salida para nosotros. Primero unos aperitivos, luego se cena, sigue una charla de sobremesa con los amigos o pareja, luego se va de copas o a bailar, y por último, según las edades y los gustos, se liga, ya entrada la noche. Pues bien, en Rusia no hay tiempo para hacer todo eso por separado; o sea que todo lo hacen en el mismo sitio. Se come, se bebe mucho (algo fundamental), se baila (doy fe de que ver bailar a los rusos en un restaurante, cuando están de fiesta y han bebido mucho, es un espectáculo digno de verse) y se liga. Mucho…

Personalmente, considero a las mujeres rusas como muy guapas. El estereotipo que tenemos en Occidente de la gorda campesina con bigotes y pañoleta está a años luz de estas jovencitas altas, rubias y atléticas que uno se encuentra en las escasas discotecas de la capital. De hecho, para un extranjero (sobre todo para un hombre) “ligar” suele resultar bastante simple, y es más que probable que sea la joven Natasha la que venga a sacarle a bailar a su mesa. En estos tiempos, el mero hecho de ser occidental parece ejercer un irresistible atractivo sobre las mujeres de Moscú y Leningrado.

Otra diversión muy popular es el teatro, aunque es difícil conseguir entradas, y el cine, donde generalmente no hay mayores dificultades. Pero ante todo y sobre todo, lo esencial de la vida de los rusos transcurre en sus casas. Más específicamente, en sus cocinas, que cumplen función de sala de estar, comedor e íntimo confesionario. En esas cocinas, pequeñas y cálidas, se entregan a interminables sesiones de charla acompañadas de “chái” (té) negro con mermelada. Un té que es la segunda bebida nacional, después de la vodka.

En toda tertulia rusa donde haya bebida es fundamental el brindis. “Los que beben y no brindan son unos borrachos”, reza un viejo proverbio ruso. En todo momento se pronuncian brindis; con cada trago. Suelen ser líricos, profundos y conmovedores. “Por la paz”; “por la amistad entre los pueblos” (un preferido del Partido Comunista); “por las mujeres”, o “por nuestros hijos”, etc. La lista es interminable, y casi siempre el extranjero invitado debe pronunciar uno, o preferentemente varios. Suelen decir que “un hombre no es verdaderamente tu amigo si no se ha emborrachado contigo”, o también que “no se puede confiar en una persona que no bebe”. Es así que el mito occidental del gran cosaco bebedor no está muy alejado de la realidad. Yo nunca antes (ni nunca después) he visto a una persona beber como un ruso de fiesta.

Y como en toda fiesta que se precie, donde hay baile y bebidas, hay prostitutas. Sobre todo en los restaurantes y bares de los hoteles accesibles al extranjero. El hecho de que esto fuera algo tan aceptado y habitual me sorprendió profundamente tras mi llegada a la URSS, dado que aún creía yo en esa época que este era un fenómeno que no podía existir en una sociedad igualitaria. Pero a pesar de la evidente proliferación de la prostitución, no había una legislación clara al respecto, y el motivo es simple y divertido.

Un abogado ruso me comentaba una vez que Lenin dijo que “en un Estado socialista la prostitución no tiene razón de ser, y por tanto no puede existir”. Dado que así lo decretó el Gran Líder…y que Rusia es un país socialista, esas mujeres que vemos en todos los bares de los hoteles no pueden ser prostitutas. Si la Constitución dice “blanco”, pero uno ve “negro”…el problema lo tiene uno. Una vez más, la teoría y el sentido común chocan frontalmente.

Pero lo interesante del caso consiste en que existe prostitución a todos los niveles. Hay chicas de campo que se prostituyen a cambio de un jamón o una botella de vino, y estudiantes universitarias que lo hacen en el asiento de atrás de los taxis a cambio de un paquete de tabaco americano. De hecho, estos taxis se alquilan a menudo a tal efecto dada la endémica escasez de lugares con una cierta intimidad en la capital soviética. Y, por supuesto, está la élite de las muchachas que trabajan en los hoteles internacionales, cuyas tarifas comienzan en los 200 dólares.

Pero estas muchachas suelen ser muy distintas de la imagen que tenemos de la profesión más antigua del mundo. Recuerdo haber entablado amistad en el “Mezh” que mencionamos al comienzo con dos de ellas que trabajaban de noche con los turistas europeos, pero de día eran médica una, y bióloga la otra. Mujeres de una brillantez y un refinamiento francamente sorprendentes. ¿Por qué hacían esto entonces? “Por lo mismo que lo puede hacer una joven europea – me contestaron – para poder tener acceso a un nivel de vida que con nuestros doctorados no nos podemos permitir”.

Como decía una canción de la época, “detrás de las fábricas está la gente”. Pues detrás de los misiles del Ejército Rojo, los satélites y la propaganda; detrás del miedo y nuestros prejuicios está la gente. Una gente que se nos parece tanto; que piensa de forma muy similar a nosotros, sufre y se alegra por los mismos motivos. Que desean lo mismo, y supongo que esa es razón para la esperanza.

Primera parte: “Satélites en órbita y zapatos de plástico”

Tercera parte: Los estudiantes en el “Harvard Rojo”
Cuarta parte: Lenningrado, la ciudad de los zares

 

*Imágenes cortesía del autor. ©Rodrigo Carrizo Couto 

RodrigoRodrigo Carrizo Couto. Radica en Suiza y escribe para el diario El País y la SRG SSR Swiss Broadcasting. Ha colaborado regularmente con los diariosClarínLa Nación de Buenos Aires y la revista suiza L’Hebdo, entre otros medios. Su Twitter es @CarrizoCouto

 

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Posted: March 7, 2018 at 9:30 am

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