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Octavio Paz-Jaime García Terrés, dos escritores puente

Octavio Paz-Jaime García Terrés, dos escritores puente

Román Alonso

 • El tráfago del mundo. Cartas de Octavio Paz a Jaime García Terrés, 1952-1986.

Comp. pról y notas de Rafael Vargas, FCE, México, 2017. 196 pp.

Después de una larga espera, acaba de llegar a librerías El tráfago del mundo, una compilación de cartas que, entre 1952 y 1986, Octavio Paz (1914-1998) envió al escritor y editor mexicano Jaime García Terrés (1924-1996).

En juicio del crítico Christopher Domínguez Michael (que utilizó este material epistolar en su biografía del Nobel mexicano), García Terrés aparece como “uno de los interlocutores privilegiados de Paz en los sesenta, por razones poéticas y eleusinas” (Octavio Paz en su siglo, Ed. Aguilar, 2014, p. 283). Si la correspondencia tardó varios años en aparecer impresa se debe tal vez a la elogiable labor editorial que reviste al trabajo: prólogo, apéndices y un sólido cuerpo de 182 notas. Elaborados por Rafael Vargas (Ciudad de México, 1954), estos anexos, pertinentes y extensos, ofrecen una visión más completa del contexto social y personal que enmarcó la vida y obra de ambos escritores. Con todo, si bien se agradece lo anterior,  es bastante molesto que el libro no disponga de un índice de nombres.

Las cartas están escritas desde múltiples direcciones: Nueva York, París, Nueva Delhi, Cambridge y la Ciudad de México. Nos permiten seguir, a veces entre líneas y silencios, la conversación entre dos poetas, traductores, críticos y editores de talento. En ellas, desde luego, es frecuente encontrar las recomendaciones y reflexiones que hace Paz de libros y autores diversos junto a  toda suerte de peticiones, indicaciones y felicitaciones. También encontramos los elogios más sinceros y algunas críticas de peso.

Sin duda, las mejores cartas son aquellas que contienen reflexiones sobre poesía, política (lo mismo alrededor del presente de México que del futuro de la India), los poemas de Pierre Reverdy, el arte de la traducción, los suplementos y las revistas culturales (“El mundo de los libros no se mueve a gusto sin revistas cabales”). Particularmente, Paz es generoso con la obra y la persona de García Terrés: con frecuencia incita a su amigo a escribir y publicar, realiza apreciaciones positivas de sus libros, comenta sus traducciones y celebra su amistad, fruto de algunas pasiones compartidas:

“Tenemos opiniones distintas sobre la naturaleza del Cielo y la marcha incierta de los hombres sobre la Tierra pero nos gustan los mismos poetas. Esto es bastante. Hablamos de las diez mil cosas que han hecho este universo y de algunas de las que forman los otros. Bebemos sin emborracharnos, salvo de palabras” [carta del 2 de julio de 1986, p. 130].

Borrachos de palabras y de confianza, ambos personajes construyeron en aquellos años de lejanía un vínculo hecho de tinta. A decir de Rafael Vargas (p. 28):

“La amistad entre García Terrés y Octavio Paz puede leerse como una historia de colaboración continua. Ambos comparten, además de su devoción por la poesía, la pasión por el trabajo editorial, una tarea que en México no suele reconocerse de manera suficiente como lo que en realidad es, cuando se hace bien: una delicada labor intelectual, que requiere no solo una gran cultura sino de un auténtico entusiasmo, de una suerte de urgencia por comprender y transformar la realidad”.

En aquellos años de conversación entusiasta las revistas literarias (Revista de la Universidad de México, Revista Mexicana de Literatura, Mito, Plural y Vuelta, por ejemplo) serían uno de los lugares ideales para dialogar, “restablecer la verdadera crítica y la dignidad del pensamiento” (p. 85). Se trata de una idea que subrayaría Paz por el resto de su vida: “[…] yo creo que es imposible la existencia de una literatura moderna sin un movimiento crítico” (p. 110).

Por otro lado, al hablar del premio Formentor (de 1961), Paz realiza un rápido balance del ambiente cultural en España y en México. Lamenta, sobre todo, que “entre nosotros [los mexicanos] hay personalidades aisladas y entre una y otra abismos, desiertos y despeñaderos” de silencio (p. 66). No es extraño entonces que Paz (hombre-puente, como lo llamó Elena Poniatowska) se empeñe siempre en poner en relación obras y personas.

Mención aparte merecen las “razones eleusinas”. Según nota de Rafael Vargas (p. 186), García Terrés habría probado en agosto de 1964 los efectos de la psilocibina (“principal sustancia psicoactiva de los llamados hongos alucinógenos”) bajo la supervisión del doctor Ramón de la Fuente.

Dicho sea de paso: a García Terrés debemos la publicación en el FCE de varios libros de Gordon Wasson dedicados a estudiar la relación entre los enteógenos (“denominación más adecuada para los hongos”), ciertos mitos y algunos antiguos ritos (griegos y prehispánicos). El ejemplo emblemático es El camino de Eleusis. Una solución al enigma de los misterios (1980), al que seguiría El hongo maravilloso. Teonanácatl: Micolaria en Mesoamérica (1983). También: La búsqueda de Perséfone: Los enteógenos y los orígenes de la religión (de 1992).

En todo caso, el autor de Las manchas de sol le escribió a Octavio Paz sobre su experiencia con los enteógenos. Desde Nueva Delhi (tal vez deseoso de olvidar algunos “infiernitos” mexicanos y “el parloteo diplomático”), Paz le responde entusiasmado (14 de septiembre de 1964): “Cuéntame más de los hongos. Eso sí es apasionante” (p. 104). Y en carta del 31 de octubre del mismo año: “¿Cómo van las experiencias con los hongos?” (p. 107).

El tema se extiende hasta un post scriptum de 1965 (p. 113):

“Ya escrita esta carta me llega el número de enero [de la Revista de la Universidad de México]. Leí tu texto  sobre tu experiencia con los hongos [“Carne de dios”, 5 de enero de 1965]. Me apasionó –y no sólo por ser testimonio de la droga sino por el lenguaje, la temperatura, las imágenes y las visiones e ideas”.

En la misma revista, Paz había publicado antes un ensayo relacionado: “Conocimiento, drogas, inspiración” (1960). Con “ánimo filosófico”, la actitud de Paz y de García Terrés frente a las drogas es empírica: es un poner a prueba los signos y los sentidos; un anteponer la experiencia a las ideas. La poesía y la ciencia son “conocimiento experimental”, dice Paz, fruto de una exploración tanto exterior como interior. Paz describe la situación: en el mundo moderno, la liberación de las drogas de su marco religioso liberó la experiencia de su prisión ideológica. Con ello, abrió algunos túneles hacia afuera y hacia adentro de nosotros. Es cierto: a veces riesgosos y casi siempre escandalosos para la sociedad, son túneles que abrimos por hambre y sed de infinito. Con la droga buscamos un regreso al principio. Así, no es extraño que el hombre moderno busque en ellas cierta vía rápida hacia “un centro nulo y henchido, vacío y repleto de sí al mismo tiempo”.

Con el paso de las décadas, Paz matizaría sus ideas. Lo cita Guillermo Sheridan (“Octavio Paz ante las drogas”, diario El Universal, 11 III 2014):

“[El tema de las drogas] En 1960 no era peligroso, mientras que en 1991 ‘es imposible tratarlo sin exponerse a serios equívocos’ pues colinda con el doble entrevero de la delincuencia internacional y la salud pública. Si por un lado está el negocio “controlado por bandas sin escrúpulos”, por el otro ‘los resultados morales y sociales del uso de esas substancias es aterrador: millones de seres humanos, principalmente jóvenes, han sido esclavizados por un hábito que los destruye física y moralmente’”

Hacia 1990, las drogas abren la puerta menos a la gracia que a la desgracia. Resume Sheridan:

“En vez de ser un ingrediente de la visión espiritual, como lo fueron en tantos pueblos antiguos, las drogas ‘se han convertido en un método de autodestrucción’”.

Sin previo aviso, el diálogo epistolar se despeña a principios de 1966. Se reanuda hasta 1971, cuando ya Paz está de vuelta en México. Ya no es la distancia lo que separa a los dos amigos, sino “el tráfago del mundo” (pp. 132-133):

“Nos vemos poco pero no porque […] nos separen altas montañas y leguas de distancia; los dos vivimos en la ciudad de México, inmenso hormiguero que nos ha convertido a todos en reclusos, separados de nuestros amigos por embotellamientos de tránsito, el ruido, el ‘polumo’ y el desorden.  Durante nuestros raros encuentros conversamos y bebemos, no en copas de jade o de cuernos de rinoceronte como los cortesanos chinos, sino en vasos de vidrio”.

Si bien ambos escritores compartieron el interés “por las más diversas tradiciones”, la materia prima de su diálogo sería la curiosidad, que “es una suerte de avidez del espíritu y de los sentidos” (según André Gide).

El suyo sería un diálogo solar y lunar: correo nocturno (oscurecido por el diablo de la poesía) pero también diurno (noticias que iluminan la prosa de los días).

El tráfago del mundo guarda el diálogo en “prosa o verso, fuego y hielo” (p. 129) entre dos escritores-puente que supieron trasmutar el pasado, el futuro y el presente en el crisol del instante. Es un diálogo “vivo y, en el mejor sentido de la palabra, fascinante” (pág. 145).

Al final, es una lástima que el saldo sea desigual: mientras que algunas cartas de Paz son antorchas encendidas por la crítica y la curiosidad, otras son zarzas sin llamas.

Rafael Vargas ha realizado un trabajo de magnífico nivel. Ojalá que edite pronto, con el mismo interés, las cartas que le escribió Ezra Pound a Jaime García Terrés.

Román Alonso (Ciudad de México, 1985) es ensayista y editor. Dirige la revista cultural Anagnórisis. Su cuenta en twitter es @RomnBecerril

 

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Posted: April 1, 2018 at 9:34 am

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