Film
A propósito de Woody
COLUMN/COLUMNA

A propósito de Woody

Miguel Cane

Apropos of Nothing, el nuevo libro de memorias de Woody Allen es, sin duda, el más controvertido del año. Lo fue incluso desde antes de su publicación, cuando la casa editorial que lo iba a lanzar originalmente (Hachette) se vio chantajeada por uno de sus autores más vendedores (nada menos que Ronan Farrow), que amenazó con abandonarlos si publicaban esta autobiografía firmada por quien, ostensiblemente, es su padre. La editorial cedió y Allen llevó inmediatamente a otra editorial el manuscrito, que se publicó incluso un mes antes de que se anunciara su cancelación con Hachette y se disparó a lo más alto de la lista de best-sellers del New York Times.

¿Suena como argumento de una película escandalosa? Lo es, pero también es un auténtico caso de la vida real, que el propio Allen, consciente del morbo que por años ha generado su relación con su esposa Soon-Yi y la ruptura con su anterior pareja (y madre adoptiva de la mujer en cuestión), sabe intercalar en un recuento muy humorístico de su amplia experiencia como comediante y director cinematográfico, responsable, incluso, de algunas de las películas más célebres del siglo XX.

Partiendo de la idea preconcebida de que a los ojos de medio mundo es un pervertido y un “viejo verde”, Allen abre su historia con alusiones a lo que realmente le interesa saber al lector y a lo largo de trescientas de las 400 páginas que componen el libro, las referencias al escandaloso caso de la reyerta entre él y Mia Farrow y los alegatos de presunto abuso sexual contra Dylan (hija adoptiva de ambos), se hilan con una exploración bastante chistosa de la vida y el trabajo de Allen, con sus puntos altos y bajos, hasta el día de hoy.

Abunda el humor socarrón que distingue al cineasta, sin embargo, no por esto el desgarrador drama de Dylan se minimiza: se aborda con detalles incansables en los dos momentos de la vida de Allen (1993 y ahora) cuando ha atraído la mayor atención del público. Y dado el flujo de sus argumentos, es fácil ver por qué el clan Farrow lo habría preferido si el lado de Allen de la historia, no hubiera salido a la luz, ya que Mia Farrow, con quien Allen formó una exitosa y lucrativa mancuerna artística (y sentimental) entre 1981 y 1992.

En los pasajes que aluden a las acusaciones hechas en su contra por Dylan, Ronan, Mia y centenas de figuras que lo han condenado en la arena pública, Allen reafirma su posición: que Dylan fue adoctrinada (“le lavaron el cerebro”) para creer que recuerda algo presuntamente ocurrido en el ático de la casa de su madre en Connecticut, y analiza su caso de manera convincente (hay que tener en cuenta que, para protegerse de futuras demandas, Allen tendría que presentar evidencia de todo lo que afirma y sus abogados no permitirían que se colocara en una posición vulnerable), para repartir responsabilidades, señalando que el origen de esta acusación proviene del rencor generado en Mia a causa de su relación con Soon-Yi.

Allen está muy consciente de que es, como Roman Polanski y otros cineastas que han tenido relaciones consideradas impropias con mujeres más jóvenes (en el caso de Polanski, un estupro confeso), uno de los blancos móviles de la furia total del movimiento #MeToo, tan así, que algunos actores de sus películas recientes le han dado la espalda, repudiándolo en comunicados públicos y, en algunos casos, donando sus salarios en apoyo a la causa.

Allen considera, y deja claro en el texto, que cada quien es libre de poder hacer lo que desee y creer lo que quiera, pero también señala a gente como Timothée Chalamet o Greta Gerwig como víctimas de la presión grupal, más que como activistas sinceros –en el caso de Chalamet, se da el lujo de ponerlo en evidencia y dejarlo como tonto, cuando describe cómo el actor, hoy tan de moda, le llamó para disculparse profusamente por declarar públicamente estar avergonzado de haber protagonizado “Un día lluvioso en New York”, aduciendo que lo hizo obligado por sus agentes para no poner en riesgo sus chances de ganar un Oscar por Llámame por tu nombre, mismo que al final de cuentas no obtuvo–. Aún así, no tiene la ilusión de que un libro escrito por él cambiará la opinión pública, que de antemano ya lo juzgó y solo quiere los detalles morbosos y salaces.

No obstante, en lugar del morbo deseado, lo que Allen presenta detalladamente, son los resultados presentados ante la corte federal de dos equipos de investigación oficiales que en 1993 lograron que se descartaran los cargos en su contra (aquí hace hincapié en el hecho de que, de haberse probado que era un predador sexual, no podría haber adoptado dos hijas con Soon-Yi), así como declaraciones de una serie de psicólogos, varias niñeras y cuidadores (despedidos por Farrow); y, lo que es más potente, el hermano mayor de Dylan, Moses, cuya carta abierta de 2018, citada extensamente en el libro, contradice casi punto por punto el testimonio que Dylan estableció cuando en 2014 volvió a acusar a Allen de tocarla sexualmente. ¿Hubo trenes de juguete en el ático, según recuerda? ¿Por qué esperaría Allen para abusar de una niña a la que adoraba, en las circunstancias más tóxicas y vigiladas de su vida adulta? Moses, que de niño tuvo parálisis cerebral, y vivió en la casa Farrow desde 1980 hasta 2003, asegura que entre los juguetes nunca hubo trenes y que en el espacio donde Mia, Dylan y Ronan afirman que sucedió la violación, era imposible que cupieran dos personas.

Nadie fuera de la familia puede testificar de manera realista que tiene todas las respuestas a las acusaciones de Mia y Allen se encarga de desbancar todos y cada uno de sus argumentos, con documentos legales, mientras se encarga de recordarnos que Mia, a la que reconoce siempre como una talentosa actriz y una mujer inteligente y carismática, también proviene de una familia donde se dio un caso de abuso sexual infantil (Patrick Farrow, el hermano mayor de Mia fue llevado a prisión por abusar de sus hijos e hijastros) constante, y que ella misma no es exactamente un modelo de salud mental.

El resto del libro, más allá de esta triste y odiosa saga de dimes y diretes, provoca también una cierta culpa en el lector, por la simple razón de ser tan entretenido, que a veces arranca la carcajada con las anécdotas que cuenta el propio Allen, poniéndose a sí mismo muchas veces en ridículo sin pudor alguno (y uno supone, se deleita al hacerlo).

Así pues, recorre su infancia con mimo, evocándose como un chiquillo adorado por su parentela y loco por las películas, que iba cada que podía a un polvoso palacio cinematográfico de Brooklyn durante la Segunda Guerra Mundial, y describe cómo surgió su carrera de manera espontánea (al menos, así lo ve él) con su irresistible modo de restarse importancia que siempre ha sido su arma secreta –quienes conocemos de cerca su obra, sabemos que esa modestia con la que se describe es mero espejismo, en realidad el ego de Allen es enorme, y se nota.

Una y otra vez, se burla de la noción de ser considerado un genio (a sabiendas de serlo) intelectual o esteta, haciendo genuflexiones al referirse a personas como Philip Roth, Federico Fellini (a quien solo conoció por teléfono), Arthur Miller, Tennessee Williams o Ingmar Bergman, con quien cenó por gracia de Liv Ullmann y con quien solo pudo hablar por interpósita persona.

Su brillante manera de escribir y de usar la palabra es lo que lo lanzó a la fama como guionista y comediante de standup. Aunque también puede ser duro consigo mismo cuando describe sus intentos de hacer cine con gran rigor y seriedad (filmes como Interiores, Septiembre, o la aclamada Otra mujer), que él considera no totalmente logrados, aunque lo que juzgó en ese entonces como fracasos ahora lo reutiliza como un material muy efectivo para burlarse de sí mismo y sacarle sonrisas al lector.

Obviamente, las múltiples manías y rarezas de Allen aparecen entre los episodios relatados: lleva su machismo (sí, machismo) a extremos extrañamente neuróticos, tanto que le irrita compartir el baño con otro hombre (por eso y por su fobia a la micosis nunca va a los gimnasios) y tiene fobia a entrar en un baño turco. Y luego, claro, está su insólito carácter de Don Juan, que además, le funciona: así describe sus primeros dos matrimonios fallidos (uno con la actriz Louise Lasser, quien curiosamente, podría pasar por hermana de Mia Farrow), su larga e interesante relación romántica con Diane Keaton –con cuyas hermanas también salió, siendo esta la verdadera inspiración para su exitosa comedia “Hannah y sus hermanas”– y describe cómo conoció y formó una relación con Mia, a la que había admirado de lejos por mucho tiempo, y con quien acabó haciendo una serie de películas memorables además de protagonizar una guerra sin cuartel que aún perdura.

¿Es verdad que Woody es un viejo verde al que le obsesiona andar con jovencitas? Muchos están convencidos de ello, pero él dice que no, alegando que solo su esposa actual, Soon-Yi, es significativamente menor que él (nada más 35 años); y que todo se debe a un rumor que se corrió cuando hizo “Annie Hall” y salió un par de veces con la actriz de 19 años Stacey Nelkin, en quien basó al personaje de Tracy, la joven de 17 años que encarnó Mariel Hemingway en “Manhattan” –de hecho la propia Hemingway ha desmentido que él la haya cortejado, pero la voluntad de la opinión pública es férrea y no faltan en redes sociales quienes lo tildan de “viejo cochino” y “pervertido”, sin más pruebas que la molesta personalidad pública de Allen, a quien parecieran estarle pasando factura todos los frentes que parecen encontrarle falta.

Allen, que ha vivido de explotar el estereotipo por más de cinco décadas, deja clara su posición en sus obras y amores, y también acerca del morbo que lo envuelve cada que sale a la calle. Aclara el punto de que Soon-Yi no es hija natural de Mia, que no era menor de edad ni retrasada mental, como Mia había clamado a los medios veinticinco años atrás.

De hecho, señala, Soon-Yi es la única persona sensata, centrada y racional en todo este merengue; donde Ronan Farrow ha renegado de quien se supone es su padre biológico y Mia ha insinuado públicamente –en una entrevista que le hizo Maureen Orth en Vanity Fair– que Ronan puede (o no) ser hijo de Frank Sinatra (con quien estuvo casada entre 1966 y 1968), la enigmática coreana que desde 1997 es su esposa ha sido quien vino a ponerle un balance a su  vida y, por lo mismo, a los 85 años de edad, Allen no se disculpa por nada: es arrogante y excéntrico, romántico y neurótico, pero ha vivido siempre como ha querido, sin necesidad de justificarse, y cierra el volumen, en el que se ha cuidado de sustentar todos sus alegatos con evidencia, señalando que no le importa cómo será recordado (cosa que el lector duda un poco; después de todo si algo tiene sano este señor es el ego), ya que para entonces estará muerto y la gente podrá decir de él lo que quiera.

 

Miguel Cane es autor de la compilación Íntimos ensayos y de la novela Todas las fiestas de mañana. Es colaborador de Literal. Su Twitter es @aliascane

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: April 16, 2020 at 9:53 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *