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Cada quien lee lo que puede

Cada quien lee lo que puede

Malva Flores

Jorge Fernández Granados
Los fantasmas del Palacio de los Azulejos /
Ghosts of the Palace of Blue Tiles,
Tameme Chapbooks,
Translated by John Oliver Simon
California, 2008.

 

Decía atrás que cada quien lee lo que puede y quiere. La literatura, la poesía en particular y desde siempre, suscita esa operación mediante la cual somos, quienes leemos, coautores: cada lectura hace del libro, otro; del poema, algo nuestro que nos pertenece no sólo porque en él podamos encontrar referencias a nosotros mismos o a situaciones que imaginamos “similares” a las de nuestra historia, sino porque consigue establecer ese lazo oculto e inexpresable con una experiencia que, sin necesariamente coincidir en su origen con la nuestra, se convierte en nosotros y nos hace visibles: enfrentados en el espejo de la lengua, podemos reconocernos. Eso lo han dicho tantos y tan bien que no vale la pena abundar más sobre ello.

Sin embargo, cuando leemos una antología o la selección de algún poeta realizada por otra persona ocurre un fenómeno hermano aunque distinto. Frente a ellas estamos asistiendo a una doble lectura: la que nos propone el poeta pero, sobre todo, estamos leyendo la lectura del antologador. No seguiré con estas operaciones. Los fantasmas del palacio de los azulejos de Jorge Fernández Granados, sin embargo, propone una más. No sólo una doble lectura sino, también, una doble escritura: la del autor y la de su traductor.

El cuaderno editado por la editorial norteamericana Tameme forma parte de una serie de Chapbooks dedicados a la traducción de poesía. El concepto no es nuevo, sin embargo se agradece la perseverancia milagrosa de algunos editores heroicos que aún creen que la poesía es una forma para decir el mundo. Y el mundo que este chapbook nos muestra es interesante en más de una forma.

He seguido con atención el trabajo de Jorge Fernández Granados desde sus primeros libros, aparecidos a finales de los noventa. Conozco y he disfrutado la poesía de este autor que, más allá de los múltiples premios literarios que ha obtenido (este mismo año mereció el Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer, por su libro Principio de incertidumbre, Editorial Era, 2008) es uno de los poetas más consistentes de mi generación: una voz original e íntima. Los poemas traducidos, seleccionados y publicados por el poeta norteamericano John Oliver Simon para Los fantasmas del palacio de los azulejos forman parte del libro con el que Jorge obtuvo el Premio Aguascalientes en el año 2000, Los hábitos de la ceniza, pero aquí, aislados de su contexto original, se transforman, son otros y permiten seguir otra lectura si no diametralmente opuesta, sí alternativa.

Hay tantos modos de leer un libro como lecturas posibles de realizar. Y en primera instancia, mientras leía la selección de Simon, llegué a pensar que tenía ante mí una lectura errónea por sesgada. ¿Por qué, me preguntaba, limitar la experiencia poética de Fernández a sólo poemas sobre “fantasmas”? Cuando uno lee antologías siempre tiene reparos, sobre todo si, como era el caso, Los hábitos de la ceniza es un libro que realmente me gusta. Sin embargo, en una nueva revisión del breve volumen advertí que quizá la selección era, más allá del gusto personal de Oliver Simon —cuyas traducciones son, por otra parte, bastante consistentes— una buena muestra de lo que Jorge ha conseguido: establecer, en su trabajo, un diálogo permanente con lo que ya no es más que en el recuerdo; con lo que aparentemente ya no existe más que en su forma poética. Entonces, gracias a la operación poética que permite la coexistencia de tiempo y espacio, reanima, hace visible lo incorpóreo y le da cuerpo de palabras.

Dice Oliver Simon, en su presentación, que Fernández Granados le comentó la importancia de comprender que “la muerte no es una pérdida, sino una transfiguración”. Esa transfiguración es también el rasgo incandescente y vivo del poema.


Posted: April 15, 2012 at 4:47 pm

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