Celebración: ocho años viviendo en México
Gisela Kozak
Getting your Trinity Audio player ready...
|
Cuando llegué a México en 2017 me resultó familiar, cercano, entrañable, tanto su variedad cultural, sus bares y su comida como sus monumentos y librerías. No todo estaba a mi alcance, aunque paulatinamente el disfrute de esta metrópolis entrañable me ha sido posible. He pasado por momentos terribles y felices en igual medida, con la melancolía y el escepticismo de quien tiene familiaridad con lo peor, como tanta gente en Venezuela, y siguió adelante, presta sin dudarlo a la risa y al entusiasmo.Enfermé de cierta gravedad pero ya me encuentro bien; estuve en situación migratoria irregular en 2019 y perdí dos oportunidades laborales por esta razón. Tuve que pedir prestado y pagué, murieron mi madre y mi hermana en circunstancias propias de la desgracia venezolana y se terminó de destruir mi mundo, hasta mi biblioteca.
No creo que esta historia sea distinta a la de tantos y tantas migrantes en el mundo. He visto a mis connacionales pedir limosna, ser víctimas de extorsionadores y coyotes, trabajar por horas en mercados sin querer hacerlo, cifrar su destino y el de su familia en pasar a Estados Unidos. Otros se han visto obligados a cambiar de profesión y de estilo de vida. Los he oído echar pestes de los lugares a los que llegan o amarlos como yo. Mi historia terminó siendo más amable: para mi sorpresa, me convertí en columnista fija de Letras Libres y ahora soy editora de una sección, Conversaciones Globales, lo que me ha dado la oportunidad de conocer gente estupenda y trabajar con personas estupendas. Editar es de mis labores favoritas en la vida, después de escribir y en el mismo lugar de enseñar e investigar. Es labor de orfebre y no es cierto que la IA la sustituya porque esta todavía no piensa y yo sí. Le llevo un montón de años a mis estudiantes de una universidad considerada del primer mundo, tan distinta a unos de los amores de mi vida, la Universidad Central de Venezuela. Esta experiencia docente me ha obsequiado momentos entrañables y también difíciles, pues no en balde la maravillosa Inteligencia Artificial es un arma de doble filo, como lo han sido las tecnologías revolucionarias, capaces de derrumbar mundos y fundar otros nuevos. Ciertamente el estudiantado tiene más poder que en mis comienzos en la docencia, no por nada estamos en la época de los likes, pero reconforta (también puede angustiar) sobrevivir a una experiencia completamente distinta a las que viví en el pasado. ¿He extrañado a mis estudiantes de literatura de pregrado y postgrado de la Universidad Central de Venezuela? Sí, extraño que compartíamos la cultura humanística del libro ya en franco retroceso; también a los tesistas (mi experiencia educativa favorita) y, por sobre todo, a esa certeza de que la UCV era mi casa, lo cual ya no volverá a ocurrir. Todavía descubro a Albert Camus o a Virginia Woolf en algunas manos del campus y oigo tocar a Chopin o a Philiph Glass en un piano cercano a la biblioteca en mañanas soleadas. Sonrío discretamente al ver pasar un robot después de apartarse de mi camino; saluda con su voz de película de ciencia ficción. He tenido los placeres de la amistad y del compañerismo, pero sé que mi paso por las universidades es pasajero ahora. La UCV fue mi destino, ninguna otra universidad lo será.
Aunque el bienestar material, el que que te paguen por lo que sabes hacer (escribir, enseñar, editar), es una buena razón para emigrar, México no significa simplemente los pesos en el banco sino la libertad. Por supuesto, estar en una ciudad tan poderosa culturalmente resulta estimulante después de venir de Caracas, ahora conceptuada como la peor ciudad para vivir en América Latina. No se trata de rankings, sino de la simple vida cotidiana: aquí me casé con Lynette, se acepta legalmente nuestra relación, podemos irnos juntas a donde se reconozca nuestro vínculo fuera de México. Venezuela no nos reconoce como familia y la verdad es que el clóset y el gueto nunca han ido conmigo, aunque resultó inevitable en el pasado. La vida cotidiana es eso, cotidiana, sin sobresaltos relacionados con la política. Nuestras amistades llegan en metro o taxi a visitarnos sin preocuparse por la delincuencia, solo tengo una llave para franquear la puerta de mi casa y salgo a la hora que quiero a donde quiero Sí, en el país de los carteles de la droga y el crimen organizado, la gente en CDMX no está obsesionada con la seguridad personal al punto de no salir y encerrarse entre rejas. La inmensa y a veces caótica ciudad está conectada por transporte público y la idea de tener un automóvil me espanta, aunque sea un signo de ascenso social, como suele serlo en América Latina. Este es un país normal, donde la gasolina cuesta, los seguros igualmente y las revisiones anuales y los impuestos no son un juego, por no hablar del costo de los estacionamientos. Es muy fácil comprarse un carro pero es incómodo para mi estilo de vida; ya pasó, por fortuna, esa época del aire acondicionado en el vehículo, la música a la carta y las ventanas cerradas por miedo. Para carros, taxis. Leo, trabajo con mi teléfono o contemplo la ciudad mientras me traslado de manera segura.
La revolución destruyó las bases financieras sobre las que construí mi vida de escritora y de profesora titular de la Universidad Central de Venezuela, a una edad a la que muy difícilmente las recuperaré; la editorial que publicaba mis libros y los ponía en librerías y en los medios ya no puede hacerlo y desde que emigré no tengo contacto personalmente con la parentela que me queda, solo por llamadas de Whatsapp. La filosofía estoica, la terapia, el inquebrantable vínculo con mi esposa, la literatura, mis amigos y amigas y el sumergirse en el arte en una ciudad ayudan, sin duda; también el apoyo de mexicanos y mexicanas excepcionales que admiraba y jamás pensé conocer, de editores cuya generosidad me ha permitido publicar textos en editoriales en las que nunca pensé que figuraría mi nombre, de afectos y relaciones profesionales ya de viejo cuño en esta ciudad amada. Además, subsiste la esperanza, en el estricto sentido que le concede Vaclav Havel: saber que lo que pensamos, creemos y hacemos tiene sentido más allá de su probabilidad de éxito. Este espíritu alimenta a los líderes, activistas y gente de a pie presa o en la clandestinidad en mi país. No soy optimista, solo trato de ser libre en el sentido cabal de imaginar otros senderos para mi nación de origen, para México y para el mundo más allá de lo que veo. Venirme a México fue una apuesta contra la evidente, pensar que mi país puede tener otro destino lo sigue siendo. El optimismo no cuadra conmigo, más bien una férrea voluntad de no dejarme joder por lo que me ha tocado en suerte, de quebrarle el saque como se diría en el tennis: la pelota de la historia y de las circunstancias de nacimiento siempre viene con ventaja, pero no me gana en todas las oportunidades.
Migrar a México fue un gran quiebre de saque.
Foto de Jezael Melgoza en Unsplash
Gisela Kozak es escritora, editora y docente venezolana. Reside actualmente en México y su último libro es El deseo es un piano invisible (cuentos, 2025).
©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.
Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores y columnistas son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de esta revista ni de sus editores, aunque sí refrendamos y respaldamos su derecho a expresarlas en toda su pluralidad. / Our contributors and columnists are solely responsible for the opinions expressed here, which do not necessarily reflect the point of view of this magazine or its editors. However, we do reaffirm and support their right to voice said opinions with full plurality.
Posted: July 21, 2025 at 8:22 am