Essay
¿Es España un estado fallido?
COLUMN/COLUMNA

¿Es España un estado fallido?

Andrés Ortiz Moyano

La acepción generalizada y tradicional del concepto “estado fallido” nos lleva a pensar casi automáticamente a países africanos o asiáticos, por lo general, tan alejados de nuestros cánones de lo que debe ser el buen funcionamiento público que los ubicamos casi en otro planeta. Imágenes de dictatorzuelos, señores de la guerra, atrocidades humanas, calamidades naturales, hambrunas y otros recurrentes apocalípticos que se pueden consultar en el manual del buen etnocentrista occidental, claro. Según el derecho internacional se trata, de facto, de estados en los que el gobierno central ha perdido control e influencia; o sea, que ya no es eficaz respecto al bienestar y seguridad de sus ciudadanos y que, por tanto, el país es un completo desastre. También valen aquellos tan corruptos que rezuman una viscosa y repulsiva grasa que, como al golem de Meyrink, nos repugna su mero tacto. Verbigracia, según el índice de la fundación The Fund For Peace, ya en 2024 tenemos unos cuantos así, véase los Somalia, Afganistán, Yemen, Haití, los Sudanes, etc.

El índice de la fundación se basa en doce atributos que van desde la propia corrupción y la criminalidad hasta la incapacidad de recaudar impuestos o el deterioro medioambiental. Pero, básicamente, la fragilidad estatal radica en:

Uno: la pérdida del control físico de su territorio o del monopolio del uso legítimo de la fuerza.

Dos: la erosión de la autoridad legítima para tomar decisiones colectivas.

Tres: la incapacidad de prestar servicios públicos razonables.

Cuatro: la incapacidad de interactuar con otros estados como miembro de pleno derecho de la comunidad internacional.

Hablamos de España. ¿Tiene sentido que este texto se corone con el titular ut supra? No en vano, la piel de toro es la 15ª potencia mundial por PIB relativo y nominal, así como una de las democracias de mejor salud y un IDH catalogado como “MUY ALTO”.

Y sin embargo, España evidencia un deterioro institucional sin precedentes desde que somos democracia (casi medio siglo ya). Tan vertiginosa está siendo la bajada a los infiernos que, oiga, ya hay dos de los cuatro preceptos anteriores que se cumplen.

No sé si saben que en el este de España, la zona de Valencia, conocido como el levante español, ha sido azotada por la DANA más destructiva de nuestra historia desde que hay registros. Centenares de muertos, miles de desaparecidos y un inexplicable bloqueo de las autoridades en la gestión de la tragedia. Días después, todavía hay pueblos ahogados literalmente en lodazales ante políticos de distinto perfil que se acusan unos a otros de quién la ha pifiado peor. En este caso, andan a la gresca el gobierno regional de Valencia (del centro-derecha Partido Popular) versus el gobierno central (del centro-izquierda Partido Socialista, sostenido en el poder, por cierto, gracias a la extrema izquierda y los partidos racistas nacionalistas- tanto da- de Cataluña y País Vasco).

¿Cómo es posible? ¿España? Pues sí. De hecho, la indigna gestión está acelerando el cambio del dolor y el desgarro por la indignación y la ira. La DANA, en efecto, ha evidenciado la inoperancia del estado. Un estado atomizado y regulado hasta el absurdo entre una miríada de autoridades y competencias, que sirven a su vez de parapetos abyectos para quien quiere lavarse las manos.

Tomen nota: somos un país de unos 48 millones de personas repartidas en diecisiete comunidades autónomas, cincuenta provincias y dos ciudades autónomas. Puede resultar, y con razón, algo excesivo para un país que, en puridad, no es el más poblado del mundo (somos el 30º) ni el más extenso (el 52º). Sin embargo, para dar respuesta a nuestras necesidades en el pasado se optó por este modelo de hiperpartición en pos de una mayor edificación administrativa. Y en efecto, en muchas ocasiones el equilibrio entre gobierno central y comunidades ha resultado práctico. Sin embargo, el monstruo ha ido creciendo y mutando, hasta alcanzar una asimetría insostenible que se han traducido en tiranías territoriales, como los supremacistas vascos y catalanes subyugando al resto del país desde que el infame Sánchez es presidente, rompiendo así el principio sagrado de que todos los españoles debemos ser iguales ante la ley; o el choque directo entre gobierno central y comunidades, especialmente cuando estas pertenecen a signos políticos distintos.

Pero no se engañen, el deterioro de España no ha explosionado en la DANA. No, viene de mucho antes, desde que el propio reyezuelo Sánchez exprime sin pudor todos y cada uno de los mecanismos a su disposición. Ha colonizado impúdicamente el centro nacional de estadística (el CIS), la televisión estatal (en una votación indgina cuando empezaron a flotar los primeros cadáveres valencianos), la fiscalía o el tribunal constitucional. Ningún presidente en la historia democrática española ha acumulado tanto poder como Sánchez; ninguno ha demostrado tanta psicopatía por el prójimo y la sociedad; ninguno ha demostrado menos escrúpulos, traducidos en pactos con terroristas, golpistas y corruptos. Y sin embargo, ante los muertos, declara que nadie le pidió ayuda. O somos imbéciles o somos cómplices.

Por ello, por todo lo anterior, me pregunto sinceramente si no es España un estado fallido; en el que los niveles de corrupción, falta de empatía, coordinación, empiezan a ser insoportables. Si, dentro de nuestra Arcadia europea, hemos llegado paulatinamente a caer en manos de gentuza sin escrúpulos que no le importan unos centenares de muertos para seguir calentitos en la poltrona. Me pregunto igualmente si es hora de mandarlo todo al cuerno.

Pero entonces miro por la ventana; y veo a un vecino, a un compañero de trabajo, a un amigo o a un simple conocido; un tipo o tipa como usted o como yo; sobrecogido, con el cuerpo cortado. Gente anónima que no duda en preguntar de inmediato cómo puede ayudar. Veo las imágenes de riadas, no de riadas de muerte, sino de solidaridad y afecto, colaborando desinteresadamente. Pienso entonces que este país aún merece la pena; más allá por supuesto de los políticos actuales, sino regenerado desde y por la sociedad civil. Desde el ciudadano de a pie hasta asociaciones y empresas; desde instituciones laicas o religiosas, hasta movimientos civiles que marquen el rumbo real para la gente real.

No lean este texto con lástima o condescendencia. Léanlo quizás como un oráculo de los males del mundo moderno, de las democracias actuales. El deterioro de las mismas no se derrumba por bombas de fuera, sino por carcomas morales de dentro. Es un aviso, tengan cuidado.

*Foto de Camille Minouflet en Unsplash

Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetasClaves de la propaganda yihadista; #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy

 

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Posted: December 8, 2024 at 10:47 pm

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