Estado de sitio
Eduardo Cerdán
Estado de sitio
A Beatriz Espejo.
¿Los oyes, mi’ja? Todavía están lejos, pero no tardan en venir. Están enojados, ¿eh? Creo que traen hambre. Cuando se acerquen tienes que aguantarte el miedo porque lo huelen. Si quieres escóndete al fondo de la casa. O no: mejor escóndete acá, mira, en el baño. Ya, ya, no pasa nada. Acuérdate de lo que te dije: en cuanto amanezca van a regresar por donde vinieron. Así lo han hecho siempre, de veras. Tú tranquila, que aquí está tu mamá para cuidarte. ¡Sh! Oye eso. ¿Sí alcanzas a oír? Se están acercando. ¡Escóndete ya porque vienen rápido! ¡Órale, mi amor, métete al baño! Ah, y, ¡por piedad!, ni se te ocurra salir mientras esté oscuro. ¡Córrele! No olvides cerrar la puerta con seguro. ¿Lista? ¿Ya cerraste bien? ¡Apúrate, mi’ja, que ya voy a apagar la luz!
Ayuda
In memoriam, Inés Arredondo.
Más o menos a la una, llegué al Metro Allende para visitar las librerías de viejo de Donceles. Bajé triunfante del vagón, manoseado y con charcos en las axilas, y me puse en marcha. En la esquina de Tacuba con Bolívar me encontré a un enano prieto de mediana edad, con bigote incipiente y desprovisto de todas sus extremidades, que yacía en un carrito de servicio muy resistente. Tenía en la boca una pandereta que agitaba con la mandíbula. Pegado al carro, un letrero con la palabra Ayuda y el signo de pesos al revés. Un grupo de sujetos divertidísimos, adolescentes de diecisiete a lo mucho, sacudían al hombre y rodaban el carrito de un lado a otro con ánimo bestial. El mutilado, con los muñones descubiertos por el ajetreo y sin soltar la pandereta, pelaba los ojos saltones como pidiendo auxilio. Las carcajadas de los jóvenes se mezclaban con el ruido del instrumento. Un montón de gente había detenido su paso para ver aquel cuadro mórbido: unos sonreían divertidos, a otros se les notaba la angustia. A mí se me revolvió el estómago y sentí lástima. El enano clavó sus ojos suplicantes en mí. Arqueó las cejas. Esquivé su mirada y me fui.
Hierra
Ese día la recorrió de labios a labios. Su lengua reptó por las comisuras, el cuello, las bayas de los pechos, y delineó el ombligo antes de llegar a la entrepierna. Succionándola como a un manila mordisqueó la piel blanda hasta que se incorporó, con el bigote aceitado, para pasear sus yemas del muslo a la ingle y de la ingle a la vulva. Movido por un arrebato momentáneo de aprensión, quiso escamotear el orificio que ya se dilataba para recibirlo, así que comenzó a alternar velocidades en el tacto de los pliegues. Se detuvo cuando los labios ya hinchados, con los vellos lacios por la humedad, le cerraron el paso. Los gemidos de mujer, que se fundían con el gruñido cercano del verraco, hicieron que él se irguiera pronto. Se desvistió de todo pensamiento, ahora sí, y entró sin más. Oyóse un crujido tenue y, antes de que los vientres empezaran el aplauso, una onda roja de olor a hierro cruzó el aire. Vaciado él, durante los segundos felices después del orgasmo, pensó con absoluto orgullo que su espesura se cuajaba dentro de una orejana. Se henchía macho y potente mientras pensaba que la había iniciado, que ahora tenía su sello. Lucía tan bien así, tumbada en la cama con los muslos brillosos, que no podía dejar de verla. Y entonces se alegró al punto de olvidar, sólo por unos segundos, que era su hija la de la hierra.
Eduardo Cerdán (Xalapa, 1995) es narrador y ensayista, profesor adjunto en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha colaborado en la Revista de la Universidad de México, La Jornada Semanal, Confabulario de El Universal, Crítica y La Palabra y el Hombre, entre otras publicaciones. Ha participado en libros de cuentos mexicanos y latinoamericanos (UV, BUAP, UAM-X y Ediciones Cal y Arena), así como de ensayos sobre literatura hispánica (Sussex Press, 2017). Textos suyos se han traducido al inglés y al francés. Twitter: @Eduardo_Cerdan.
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Posted: April 13, 2017 at 10:00 pm
Me impresiona que los tres textos en tan pocas líneas logren cumplir con lo que hace a un buen cuento. Son fuertes, de temas densos y finales sorpresivos. No son simples chistes o frases ocurrentes, como suelen ser las minificciones de ahora…. pero las leí pensando que quien escribía era la chica de la foto. Deberían cambiar eso porque destantea al lector. Mejor pongan la del escritor, que por cierto me impresiona que escriba profesionalmente siendo tan joven.