Essay
La sensible carne de las cosas
COLUMN/COLUMNA

La sensible carne de las cosas

Gisela Kozak Rovero

Getting your Trinity Audio player ready...

Acaso una vieja casa no es el suelo bajo los pies de nosotras las modernas, las mujeres que perdimos todo en el altar de la política, nos quedamos sin hijos y sin país, huérfanas de ancestros, con años a cuestas y una vida que sigue siendo nuestra porque está marcada en el cuerpo como una memoria que tal vez el tiempo difumine sin borrarla jamás. La casa es la medida de nuestro cuerpo a sus anchas, solitario o amante, feliz o dolido; es la  medida de los logros contra viento y marea. No importa la materialidad mortal de la casa: construida con las propias manos;  comprada a crédito o al contado; heredada;  obra de ingeniería o de albañilería. No importa, es el soplo de la vida mutada pegamento de los ladrillos.

 Despedirse de una casa -de sus paredes curtidas o deslumbrantes de pintura nueva;  de los álbumes de fotos que mamá preservó por décadas en su casa y que nunca llegaron a la mía porque me tuve que ir; de los CD y los libros; de algún mueble de mis ancestras; de las huellas en el lecho y en la mesa- duele mucho más de lo que una salvaje ilustrada como yo hubiese admitido en otros tiempos. Cada pared es recordada como una vieja amiga en la que se apoyaron las imágenes y las lecturas que me sostuvieron en pie. Cuando tuve mi casa, se vinieron conmigo los volúmenes empastados en cuero de las colecciones que me hicieron lo que soy para bien y para mal. Mamá los cuidó para mí, quien fui la primera lectora de unos cuantos de ellos, duendes de la infancia y la adolescencia, naturales como el sol y la luna, nacidos antes que yo, consuelo de una niña y una adolescente asustada de vivir. 

Adiós a los árboles que tamizaban el sol de las mañanas, al piso de suave color que yo misma escogí y en el que caminé descalza tantas veces; al sofá de color disonante que nunca cambié, a la mesa que no pegaba con nada. No hubo oportunidad, la historia se tragó el tiempo y la casa quedó a medio hacer, entre la paz y los deseos. Mi casa, por la que pasaron amistades y familia, en la que resonó la pasión y la música, la locura y la tristeza. Apenas decenas de metros, apenas unos espacios, un balcón y ventanales que se volcaban al verde y también al deslucimiento de un estacionamiento demasiado pequeño. Un edificio viejo del que, al igual que tanta gente, me tuve que ir, desgastada de tanta lucha, invadida por la patanería de quienes compraban casas al contado con maletines repletos de dólares, pequeños delincuentes de corto alcance. Los bárbaros suenan y huelen, incapaces de pasar desapercibidos. Una casa se resiente de vecindades inopinadas.

Reacia a apegarme a los objetos, desconocí sus raíces en mí. ¿Acaso una tarde hacia la noche escuchando a Wagner, a Lisa Gerhardt, a Lila Downs o a Dulce Pontes, durante una sesión de escritura solitaria, no significaba el dulce triunfo de las que no somos triunfadoras sino apenas lobas que sobreviven a la cacería de una existencia no hecha para nosotras?  ¿Acaso la lectura de la biografía de Nelson Mandela en medio del silencio, acompañada de la luz dorada de una lampara de mesa, no fue el consuelo de la suprema pena de ser testigo de la agonía de una nación? ¿Las lecturas de las escritoras venezolanas, algunas de las cuales han sido mis amigas y colegas, no fue el olor de la lluvia al final de la estación seca de mi país del trópico?

Otra casa, la de mi amada, me acogería, deslumbradas siempre ante su cuarta pared, una montaña suntuosa como una giganta dormida, verde y húmeda en sus hondura y recovecos. En trío con la giganta vivimos años de descubrimiento mutuo, besos de madrugada y lecturas de poesía en la amplia cama. Celebramos las dos lobas, felices en nuestro comedero, pero llegó la hora de irse y aquella cueva hecha de nube y vegetación quedó atrás.

 Llegamos  al “ombligo de la luna”, nada mejor, pero, ahora que mi casita no me pertenece, a veces detengo el trote y aúllo.

 

*Foto de processingly en Unsplash 

 

Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006); Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales (Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.

Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores y columnistas son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de esta revista ni de sus editores, aunque sí refrendamos y respaldamos su derecho a expresarlas en toda su pluralidad. / Our contributors and columnists are solely responsible for the opinions expressed here, which do not necessarily reflect the point of view of this magazine or its editors. However, we do reaffirm and support their right to voice said opinions with full plurality.


Posted: October 24, 2023 at 8:14 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *