Essay
Escritora, feminista, activista y lectora de Vargas Llosa
COLUMN/COLUMNA

Escritora, feminista, activista y lectora de Vargas Llosa

Gisela Kozak 

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Vargas Llosa dijo lo que quiso cuando quiso, protegido en el siglo pasado por un mundo que creía en la importancia cultural e intelectual del escritor, y en el siglo XXI  por su invencible aura de representante vivo de un periodo histórico convencido de que la literatura podía cambiar el mundo y la vida.  Su indoblegable empeño en defender los fueros estéticos de la literatura debería seguir siendo garantía de un espacio para la libertad que debe ser siempre rescatado. Aunque defendió la equidad entre los géneros y el matrimonio igualitario, sus nietas literarias lo han llamado “señoro”, mientras él tronaba contra lo que calificó de pretensiones censoras del feminismo, un típico malentendido generacional muy propio de la contemporaneidad, pero es mejor leerlo que discutir con la sombra del gigante inalcanzable que hay que derribar a toda costa. Lamentablemente pelear con su sombra es una tentación frente al verdadero y leal combate que se ha de  librar con uno de los mayores escritores de la lengua: leer su obra de cabo a rabo, pero si el tiempo no sobra, al menos las novelas Conversación en La Catedral, La fiesta del Chivo, La tía Julia y el escribidor; la novela corta Los cachorros; el ensayo La civilización del espectáculo (maravilloso para molestarse con el autor);  y sus memorias El pez en el agua. Para los partidarios del “Artivismo” recomiendo la polémica de Vargas LLosa con Julio Cortázar y Óscar Collazos: Literatura en la revolución y revolución en la literatura. Los amantes de lo que alguna vez se llamó crítica literaria encontrarán a un lector potente y fuera de serie, un verdadero crítico, en García Márquez: historia de un deicidio.

Por sobre todo, que muera con el Nobel peruano el lugar común: “gran escritor a pesar de su ideología”. He oído bastante menos esta tontería respecto a  García Márquez y Saramago, dos escritores absolutamente extraordinarios muy dados a acompañar con su aplauso a los dictadores de izquierda. Tampoco sobre Yukio Mishima, un fascista por toda la regla que escribió una obra absolutamente fuera de serie. El problema es que Vargas Llosa cometió el peor pecado que cualquier persona dedicada a las letras, la investigación universitaria, el arte y eso que llamamos a falta de mejor denominación “sector cultural”: dejó de ser de izquierda, falta mayor que se paga con la moneda fácil de llamar fascista a todo aquel que piense que el comunismo del siglo XX y el socialismo del siglo XXI han sido dos desgracias, ampliamente comprobables en los hechos. Lo peor de todos estos malentendidos es que cuestionar la “derechización” de Vargas Llosa se convirtió en uno de esos  típicos comodines de quienes quieren participar en la conversación por puro afán de socializar. Hasta en las librerías venezolanas de otro tiempo escuché alguna vez esta tontería para colmo de una persona joven que se decía de oposición. Vargas Llosa se habrá equivocado muchas veces en su afán sartreano de intelectual público, pero acertó plenamente al poner en su lugar a la revolución bolivariana. 

Vargas Llosa molestaba porque, como buena figura exitosa varonil del siglo XX, estaba poseído por el afán de pronunciarse sobre todo lo ha habido y por haber, como si todo lo humano le perteneciera, una característica del tipo de intelectual francés del siglo XX que influyó tanto a América Latina. Recuerdo la cara de mi alumnado de Letras cuando en uno de sus tantos artículos comentó que los grandes talentos habían migrado a la ciencia y a la tecnología sin marcha atrás, o el escándalo que tuvo lugar cuando soltó la perla de que mientras que la  bienal de novela Vargas Llosa llevase su nombre, el único criterio a tomar en cuenta sería la calidad literaria. Decir semejante cosa en una época en que la estética importa cada vez menos solo podía caer mal. Ciertamente, los criterios de legitimación de lo literariamente válido cambian pero Vargas Llosa no se equivocaba al intentar rescatar el arte verbal como una posibilidad cierta de indagación sobre lo humano. O por lo menos quiero creerlo así.

Como feminista rescato de Vargas Llosa su defensa de la equidad de género y como activista LGBTQ su abierto apoyo al matrimonio igualitario, asuntos que ya mencioné con anterioridad, pero supongo que en una obra tan amplia y cambiante hay probadas muestras de su mirada sobre estos asuntos. Si se quieren conseguir perspectivas estereotipadas y machistas sobre las mujeres, seguramente se encontrarán a montones, del mismo modo que también se encontrarán personajes femeninos inolvidables: Flora Tristán (El paraíso en la otra esquina) y Urania Cabral (La fiesta del chivo). Su tratamiento de la homosexualidad de Robert Casement (El sueño del celta) sorprenderá a más de uno de esos jóvenes que reducen la figura del escritor peruano a la del macho patriarcal clásico. Pero, más allá de los dimes y diretes, de las contradicciones de una obra inabarcable, rescato como escritora, feminista, activista LGBTQ y demócrata el que Vargas Llosa fuese fiel a sí mismo, que no le importara pelearse con media humanidad para defender su punto de vista, que no fuera un niño bueno que bajaba la cabeza ante ninguna dictadura —no como ese gran escritor llamado Julio Cortázar.  Por supuesto que me he indignado muchas veces con su pedantería y afirmaciones apresuradas, pero hubiese sido para él más fácil apartarse de la política y del acontecer de la vida con una obra de esa magnitud. Si todavía se le hacen homenajes a Eduardo Galeano, un millón de veces más se los merece Mario Vargas Llosa, mucho mejor escritor y bastante menos panfletario. 

Foto: Cátedra Vargas Llosa

Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006); Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales (Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak

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Posted: April 16, 2025 at 8:00 pm

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