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Orígenes y legado de la invasión soviética de Afganistán

Orígenes y legado de la invasión soviética de Afganistán

Naief Yehya

Afganistán vuelve a ser parte del Gran Juego

A principios de la década de los setenta del siglo pasado comenzó lo que parecía el fin de la Guerra fría y una auspiciosa Détente. Nixon visitó a Brezhnev en Moscú en 1972, lanzaron acuerdos de limitación de misiles balísticos (SALT), de ventas de granos, de investigación científica, de exploración espacial y de prevención de confrontaciones militares accidentales, entre otras cosas. Numerosos factores fueron frenando las posibilidades de auténtica pacificación, desde Watergate hasta la oposición del Congreso estadounidense a poner en vigor algunos de estos acuerdos. Eventualmente la confrontación entre las potencias fue concentrándose en otros frentes. Uno de ellos fue Afganistán, donde el primer ministro Mohammad Daoud Khan, llegó al poder el 17 de julio de 1973 al darle un golpe de estado al último rey afgano, Mohammad Zahir Shah, quien era su primo y cuñado. Daoud abolió la monarquía, declaró el establecimiento de la república de Afganistán y dado que contó con la ayuda del Partido Popular Democrático de Afganistán (PPDA), nombró ministros con inclinaciones de izquierda lo que alarmó a Estados Unidos y Occidente. En su deseo de renovación total cambió el himno, la moneda y la bandera, estableciendo un terrible precedente ya que estos serían cambiados muchas veces más en las siguientes décadas por los gobiernos posteriores creando un ambiente de inestabilidad. Daoud quería la ayuda soviética para tomar el control de los territorios pashtunes en el noroeste de Paquistán pero le preocupaba la injerencia de Moscú en sus asuntos internos y quería mantener su estatus de no alineado. Este gobierno no tardó en reprimir a los disidentes y en volverse un sistema de un solo partido. En un parpadeo prohibió prácticamente toda oposición y actividad política, además de que lanzó una campaña en contra de los comunistas, lo cual fue deteriorando sus relaciones con la Unión Soviética. En abril de 1978 mandó asesinar a uno de los principales líderes del PPDA, Mir Akbar Khyber. Un grupo de generales miembros del PPDA lanzaron entonces un golpe de estado, conocido como la revolución Saur. Tomaron el poder y ejecutaron a Daoud junto a miembros de su familia y gabinete en el palacio. Nur Mohammad Taraki tomó entonces el poder y la Unión Soviética comenzó a enviar gran cantidad de ayuda y suministros. Inicialmente el nuevo régimen tenía el apoyo de un pueblo que ya no tenía más paciencia para el régimen de Daoud, pero en poco tiempo despilfarraron su de por si escaso capital político al arrestar masivamente a quienes sospechaban eran sus opositores y al imponer medidas aún más represivas que las del anterior gobierno. De esta manera perdieron el apoyo de los líderes tribales, de la clase media y alta, de la población más occidentalizada y de los islamistas. La brutalidad de la represión dio lugar a movimientos guerrilleros en diferentes partes del país y a que los fundamentalistas islámicos se levantaran en armas contra ellos.

La invasión no deseada

Durante la presidencia de Jimmy Carter las organizaciones de inteligencia comenzaron a dar apoyo monetario, logístico y militar a estos grupos radicales y a planear la estrategia para arrastrar a los soviéticos a ese conflicto. Su asesor de seguridad nacional, Zbigniew Brzezinski, dijo: “Le podemos dar a la URSS su Vietnam”. Los soviéticos consideraban una intervención para salvar al gobierno afgano pero sabían que el costo de una aventura semejante sería inmenso e inicialmente se negaron a enviar tropas. Los líderes militares soviéticos se oponían a la intervención y el politburó prefería seguir enviando material y armas pero no tropas. Cuando Hafizullah Amin le dio un golpe de estado a Taraki, justo a su regreso de Moscú, los soviéticos temieron que el nuevo líder cambiaría de curso y buscaría apoyo estadounidense. La amenaza de que Afganistán se convirtiera en un satélite de Washington en su frontera precipitó la decisión de intervenir. Esta iniciativa no fue nada popular y de hecho se tomó en secreto por un grupo pequeño de miembros poderosos del politburó. En diciembre de 1979 las tropas soviéticas rompieron con la política dominante desde la revolución rusa y entraron al país para tratar de salvar el régimen del PPDA. El activista, escritor y periodista británico, Tarek Ali escribe:

“La entrada de las tropas soviéticas en Afganistán transformó una desagradable guerra civil financiada por Washington en una yihad, permitiendo que los muyahidines, guerreros religiosos, aparecieran como los únicos defensores de la soberanía afgana contra el ejército extranjero de ocupación”.

Las tropas rusas llegaron con la misión de proteger al gobierno y la infraestructura, así como al pueblo de los terroristas islámicos. Muy pronto se perdió ese objetivo y los soviéticos arrasaban aldeas, mataban civiles y luchaban contra guerrillas sin tener preparación para ello. La invasión sirvió para unir a los grupos religiosos que recibían cargamentos de armas, víveres y dinero. Lucharon con fervor, asistidos por milicias internacionales y a final de cuentas sirvieron como marionetas para causar inmenso daño militar y social a los soviéticos. Con dinero, armas (en particular los misiles antiaéreos con que derribaron numerosos helicópteros) y entrenamiento estadounidense, así como con el apoyo de la agencia paquistaní de Servicios de Inteligencia (ISI de Inter Service Intelligence) y del ejército de ese país. Además contaron con reclutas voluntarios, algunos afiliados a la hermandad musulmana egipcia, pero también de otras partes del mundo y no sólo de países islámicos. La estrategia estadounidense fue un éxito, los soviéticos se hundieron por una década en una guerra devastadora que arruinó su economía y tuvo un altísimo costo en vidas, las tropas salieron en 1989 y aunque no fue la única causa fue uno de los elementos fundamentales que provocaron el colapso de la Unión Soviética en 1992.

Al final de la guerra, buena parte de estas milicias internacionalistas volvieron a sus países donde fueron víctimas de marginación, sospechas y acoso. Estos guerreros se sintieron profundamente frustrados por haber sido usados y no haber sido reconocidos. Los yihadistas estaban convencidos de que habían derrotado a un gran imperio y pensaban que podían eliminar a otro, además de que guardaban rencor contra Estados Unidos por lo que sentían abandonados y traicionados. Pocos años después muchos de ellos volvieron al frente a combatir a los estadounidenses en los países que invadieron en su “guerra contra el terror”.

A la salida de los rusos quedó en el poder un muy debilitado Partido Popular Democrático de Afganistán. Los sauditas, paquistaníes y estadounidenses decidieron unir a las diferentes facciones militantes islámicas en contra del gobierno, en particular apoyando al favorito de la CIA, Gulbuddin Hekmatyar quien controlaba plantas de procesamiento de heroína. Esto trajo una violenta y sanguinaria guerra civil, que terminó por destruir Kabul y donde se estima que murieron alrededor de cincuenta mil personas. Una vez que el régimen se colapsó las luchas entre los grupos no permitieron formar un gobierno viable. Fue entonces que apareció en escena el Talibán que los paquistanís llevaban un tiempo entrenando y los enviaron a tomar el poder apoyados por sus soldados. En 1996 tomaron lo que quedaba de Kabul, con una ideología inspirada en el fanatismo wahabita los sauditas que no era común en Afganistán. Al tomar el poder el Talibán permitió que se duplicara la producción de opio hasta alcanzar una cifra récord de 4600 toneladas lo cual sostuvo la economía nacional y representó el 75% de la heroína consumida en todo el mundo. Pero en el año 2000 los clérigos decidieron terminar con ese cultivo para complacer a la comunidad internacional y que el régimen fuera reconocido. La producción anual de opio se redujo a tan sólo 185 toneladas. Al no poder reemplazar esos cultivos por otros ni tener fondos para sostener a los campesinos y la red que vivía del transporte y comercio de ese producto, miles quedaron en la miseria y la economía en ruinas.

La posguerra afgana

El 26 de febrero de 1993 tuvo lugar el primer atentado con una camioneta repleta de explosivos contra el World Trade Center y el 11 de septiembre de 2001 los ataques que cambiaron el curso de la historia. Estados Unidos exigió al Talibán a entrega de Bin Laden y los líderes de al Qaeda. El Talibán aceptó en principio pero pidió pruebas, necesitaban mostrarlas a su pueblo para justificar entregar a sus huéspedes. Estados Unidos se negó a ofrecer evidencia alguna y contestó con una amenaza. La situación se volvió aún más difícil para el régimen de Kabul ya que de ceder se hubieran mostrado débiles ante propios y extraños, en un momento en que su gobierno era inestable. Los bombardeos masivos estadounidenses comenzaron a pesar de que los blancos militares eran muy pocos y nunca hubo una fuerza aérea Talibán que ofreciera resistencia alguna. En octubre de 2001 el talibán ofreció entregar a bin Laden a un tercer país para ser juzgado a cambio de detener el bombardeo, la propuesta fue ignorada por Bush. A finales de noviembre de ese año el Talibán ofreció negociar los términos de su rendición, no pedían nada aparte de amnistía. Sin embargo, Donald Rumsfeld, el secretario de defensa de Bush ordenó que la guerra siguiera, el motivo era la venganza no imponer ninguna vaga idea de justicia internacional. Además los neocones del gabinete de Bush veían esta guerra como un calentamiento para la guerra que verdaderamente querían: invadir Irak. Afganistán era relevante para imponer la influencia estadounidense en la región y establecer bases militares a las puertas de Rusia, el pretexto de reconstruir la nación siempre fue propaganda. Como se ha dicho muchas veces la invasión se hizo con bombas y maletas repletas de dólares que se repartían entre los caciques locales para comprar su lealtad y hacerlos denunciar terroristas. Nada de ese dinero sirvió al pueblo.

La invasión era inevitable y supuestamente la inteligencia Paquistaní le recomendó al Talibán no ofrecer resistencia sino replegarse y dejar que el tiempo terminara con la invasión. Eso hicieron y poco a poco volvieron a organizarse localmente, ganando la confianza de algunos al protegerlos de las tropas de la ocupación o al ayudar a las familias victimizadas por los ataques de drones, establecieron vínculos en las comunidades, aún con gente que los rechazaba, aplicando las tradiciones de la jirga (una asamblea en la que los líderes tribales y religiosos debaten para resolver problemas o legitimizar acciones políticas) y otras negociaciones locales. Se volvieron la única resistencia organizada a nivel nacional operando en un modelo similar al usado por Mao en China. Varias veces trataron de negociar la salida estadounidense pero Washington aceptaba y luego se arrepentía. Durante la guerra los caudillos militares que se aliaron con Estados Unidos se concentraron en revivir la cosecha de amapola y para 2003 ya producían 3600 toneladas, en 2007 alcanzaron las 8200 toneladas lo cual representaba el 93% de la heroína clandestina usada en todo el mundo. Aparte de la riqueza que podía generar el tráfico de heroína, en 2010 Estados Unidos identificó alrededor de mil millones de dólares en depósitos minerales no explotados. Esa fue otra motivación para Obama y luego Trump para seguir ocupando el país y dar esos recursos a mineras Occidentales. Al final la inseguridad hizo imposible que esas empresas se instalaran, en cambio es probable que China comience pronto a extraer esos recursos.

Cuando Obama tomó el poder, con la promesa de terminar con las guerras lanzadas por su predecesor George Bush y los neocones pudo haber terminado con la guerra, tenía el apoyo político y popular necesario, en vez de eso envió treinta mil soldados más y optó por jugar el papel de ser el presidente imperial que la derecha aseguraba que no sería. En 2009 las guerrillas talibanes estaban prácticamente en todo el país y seguían creciendo. Eso motivó a Obama a lanzar su “surge” u oleada de refuerzo al mandar a cien mil soldados más a pelear en Afganistán. Sin embargo, esta ofensiva se vio frustrada ya que no trató de eliminar la producción y tráfico de heroína por lo que los cofres del Talibán permanecieron repletos de fondos y tan sólo esperaron a la fecha que prometió el mismo Obama para retirar a las tropas en diciembre de 2014.

Desde antes de su llegada a la presidencia Donald Trump decía que la guerra era un error y prometió retirar las tropas de Afganistán. Lamentablemente su incapacidad de analizar una situación o comprometerse a cumplir algo prometido lo llevaba a cambiar de opinión constantemente. Se decidió en 2018 a tener negociaciones directas con el Talibán ignorando al gobierno del presidente Mohammad Ashraf Ghani, a través de un veterano de la diplomacia Zalmay Khalilzad, un afgano nacionalizado estadounidense, educado en Chicago que ha trabajado en varias administraciones republicanas estadounidenses y que fue embajador en Afganistán durante el período de Bush junior. Tenía órdenes claras de llegar a un acuerdo que permitiera la retirada rápida de las tropas. Finalmente  en febrero de 2020 se firmó un acuerdo de paz en Doha para salir de esa guerra. El Acuerdo para la paz en Afganistán consistía en la retirada de las tropas para mayo de 2021 a cambio de que el Talibán rechazara a al Qaeda y a cualquier grupo terrorista y se controlara la violencia. Este acuerdo ponía fin al gobierno de la república islámica. Joe Biden al tomar el poder no tenía opciones por lo que no le quedó más que ratificar el acuerdo de Trump. Así que procedió a retirar a sus tropas ante el avance apabullante del Talibán que reconquistó el país con un mínimo de derramamiento de sangre tomó Kabul el 15 de agosto de 2021. Muy significativamente no invadieron ni amenazaron la embajada estadounidense. Ni uno de los objetivos de la guerra estadounidense de 20 años fueron cumplidos.

La posguerra afgana en la URSS

Regresemos a lo sucedido en la Unión Soviética después del 15 de febrero de 1989, día en que se retiró la última columna de tropas soviéticas de Afganistán, tras su campaña de nueve años, un mes, tres semanas y un día. Nadie dudaba entonces que la guerra había sido un rotundo fracaso en el que murieron más de 15,000 soldados soviéticos y alrededor de un millón de afganos, dejando al país en ruinas. El costo para Moscú fue muy alto ya que esa guerra demostró que el ejército rojo no era invencible, además de que puso en tela de juicio su legitimidad moral al exhibir saqueos, violaciones y masacres. Esto fue muy grave ya que el ejército era considerado la principal institución soviética, el máximo defensor y unificador de las múltiples nacionalidades del país. Su ineficiencia resultó un golpe devastador a todos niveles. Aparte de la tragedia de quienes perdieron familiares peleando una guerra inútil se sembró la idea de que el régimen estaba debilitado y la posibilidad de que los pueblos que no estaban a gusto dentro de la URSS podían pelear por su libertad. El costo de la invasión en términos estrictamente monetarios no fue tan alto, comparativamente con el presupuesto militar soviético de la época y con los costos de la guerra estadounidense: entre 1984 y 1987 Moscú gastó 7.7 mil millones de dólares. De cualquier manera la guerra implicó una carga que tuvo severas consecuencias en la economía centralizada soviética. Eso sumado a las reformas que trajo la renovación política de Mikhail Gorbachev fue un golpe brutal que desestabilizó a la nación.

Gorbachev trató de dar fin a esa invasión desde 1985, año en que tomó el cargo de secretario general del Partido Comunista, pero el ejército no fue muy receptivo y no fue sino hasta 1989 en que logró ordenar la retirada. Los cambios que trajo la Glasnost al país permitieron que la prensa se liberara y criticara la guerra, además de que fue posible mostrar las atrocidades del conflicto. De inmediato hubo una marcada islamización radical en algunas repúblicas soviéticas no rusas con mayoría musulmana. El partido comunista perdió la poca credibilidad y respeto que le quedaba de parte de la ciudadanía debido a la Perestroika. La aparición de grandes grupos de veteranos de la guerra (los denominados Afgantsy, alrededor de un millón de soldados que participaron en la invasión) que comenzaron a manifestar su opinión y a organizarse en organizaciones civiles tuvo un impacto sin precedente en la vida pública soviética. Una gran parte de los soldados enviados a la guerra provenían de repúblicas no rusas y entre ellos muchos venían de regiones asiáticas que sentían más hermandad con los afganos que con sus propios camaradas. Aparecieron numerosos grupos secesionistas que veían la oportunidad de independizarse. El 9 de noviembre de 1989 se desplomó el Muro de Berlín y comenzó el fin de la Unión Soviética que tuvo lugar oficialmente el 25 de diciembre de 1991.

Aunque algunos analistas consideran que la guerra de Afganistán fue un conflicto periférico, contenido, con un mínimo impacto en las instituciones, otros lo ven como una tragedia y una vergüenza, un error trágico que precipitó el fin de una era. Hoy que Vladimir Putin ha lanzado la mayor guerra europea de las últimas décadas. Su  régimen ha lanzado campañas propagandísticas en un intento por reescribir la historia oficial, cuestionar a los críticos y responsabilizar de la derrota a quienes lesionaron con sus dudas el valor y espíritu de lucha. No perdamos de vista que los analistas militares estadounidenses ignoraron las consecuencias y atrocidades de la invasión soviética y repitieron en gran medida los mismos errores en su propia y doblemente larga e inútil invasión. Este revisionismo no puede más que tener efectos desastrosos para el mundo. Ambos casos muestran que, al explotar el mito de la guerra para promover un programa político expansionista, victimista y revanchista, lo primero que se olvida son las lecciones del pasado.

 

¬ Imagen de Kehitys Lehti

 

naief-yehya-150x150Naief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Es autor, entre otros títulos, de Pornocultura, el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista de Literal y de La Jornada Semanal. Twitter: @nyehya

 

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Posted: April 5, 2022 at 8:23 pm

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