Essay
¡Por una asignatura de ciencia ficción en los colegios!
COLUMN/COLUMNA

¡Por una asignatura de ciencia ficción en los colegios!

Andrés Ortiz Moyano

¿Quién no ha fantaseado alguna vez en su vida, y en más de una ocasión, con la posibilidad de fundar su propio partido político dada la idiocia imperante y la necesidad de un mesías glorioso que devuelva el bienestar y la bonhomía a la decadente sociedad actual? Yo sí, no me escondo. De hecho, es un pensamiento recurrente, sobre todo, gintónic en mano frente al sanedrín palmero de amigotes y afines de barra. Y aunque, reconozco, entre mis planteamientos emergen ciertos dejes de protervo dictatorzuelo, no me cabe la menor duda de que sería querido y loado por mis siervos… perdón, votantes quicir.

De entre todas las medidas ingeniosas que copan mi escuálido programa político, hay una que defiendo y defenderé a capa y espada tanto sobrio como tipsy, que dicen los anglos. Mi medida estrella no es otra que la asignatura obligatoria de ciencia ficción en todos los colegios del mundo (mis ambiciones son grandes y un solo país se me antoja pequeño). ¿Por qué? Fácil: el destino de la humanidad depende de ello y los niños, que decían los Simpsons, son el futuro.

La aceleración de la historia que sufrimos desde la revolución industrial es en puridad debida al desarrollo tecnológico. Este proceso, magnánimo y fascinante sobre el papel y según qué experiencias, destapa no obstante una onda y compleja, a veces imposible, readaptación a un mundo sobreestimulado y rabioso en sus incesantes cambios consecutivos. Esta imposibilidad de reubicar una vida impredecible se traduce en una insoportable sensación de desafecto en el individuo que dimana en crisis sociales y espirituales. En otras palabras: el sosiego es incompatible con la sensación de no alcanzar la meta porque siquiera hemos emprendido el camino correcto. Y así es imposible, oiga.

Hace poco visioné un documental del naturalista David Attenborough, filmado a modo de resumen y confesión de su larga trayectoria, en el que abordaba uno de los grandes mantras de los negacionistas del cambio climático: ya saben, ese “pero que el clima cambie ha ocurrido desde que el mundo es mundo”. Y aunque Attenborough está de acuerdo en un primer estadio con esa opinión, igualmente alerta de que esos cambios son ahora mucho más acelerados y, por ende, inasumibles para un planeta que necesita un tiempo prolongado para adaptarse. Pues bien, valga la analogía para entender que ahora somos nosotros la paquidérmica Pachamama, víctima de las prisas de la tecnología.

Esto, traumático y peligroso para el porvenir de nuestra civilización, podría ser paliado, decía, con la brillante idea de incluir un completo programa troncal de ciencia ficción en los planes de estudio de mi particular Ministerio de Educación, a mayor gloria del todopoderoso líder que suscribe estas palabras.

Y es que la ciencia ficción no sólo es un arte delicioso que se disfruta per se (delectare que decían los latinos clásicos), sino también uno de los mejores y precisos métodos de anticipación a los cambios sociales que ríase usted de los augures romanos o el dichoso big data.

Los que leemos ciencia ficción sabemos, por ejemplo, de las oportunidades y amenazas que alberga una sociedad cada vez más robotizada en lo laboral y en lo afectivo, por poner sólo dos ejemplos. Me imagino una generación que haya estudiado las tres leyes de la robótica que exponía Asimov por primera vez en su relato Círculo vicioso de 1942 y que sea capaz de legislar en consecuencia; teniendo en cuenta tanto las inmensas posibilidades de desarrollo industrial, sanitario y social como los posibles desmadres a modo de Horizon Zero Dawn (sí, en las clases también habría videojuegos; vaya pasada, ¿verdad, niños? Decidle a vuestros papis que me voten).

Desde luego, habría tiempo para entender y reflexionar sobre las implicaciones del transhumanismo, una inminente realidad en nuestras vidas, si los alumnos abordasen las sagas Deus Ex o Bioshock. Asumiendo con naturalidad la necesidad de evolucionar artificialmente a través de la ciencia ya que la evolución natural ha llegado a su última parada. Sería del todo gozoso y motivador sacudir estas frescas mentes con debates e interrogantes derivados de este nuevo escenario. ¿Deberían tratarse por igual individuos superiores física e intelectualmente gracias a implantes? ¿Correríamos peligro de establecer sin darnos cuenta una doble sociedad de ‘corrientes’ y superhombres con la tentación de entenderse estos superiores a su prójimo? ¿Es esta una cuestión meramente legal o también filosófica, ética o incluso religiosa?

Más aún, no sólo el final, sino el camino de ese desarrollo científico plantea en sí mismo cuestiones éticas de naturaleza líquida que deben ser analizadas con madurez y realismo para así evitar a doctores Moreau o Rotwang. La misma ingeniería genética será una de las realidades de más inmediata cotidianidad, aun creyéndola lejana en el tiempo. Estar advertidos sobre sociedades aparentemente perfectas como la de Gattaca sería una excelente noticia para pulir de antemano sus sutiles pero terribles contraprestaciones latentes.

Estos niños estarían también vacunados frente a los sempiternos y pertinaces enemigos de la libertad que, con la excusa de la seguridad y bien común, no tienen otro fin que aplastar al individuo y su libre albedrío. Gracias al Nosotros de Zamiatin; Equilibrium de Proyas o esos santos evangelios contemporáneos que son el 1984 de Orwell y Un mundo feliz de Huxley, las probabilidades de vencer al mal serían mucho mayores.

Como ven, el programa de la asignatura sería muy próximo al de filosofía de toda la vida, hoy en franca decadencia; pero en esta extraordinaria formación habrá espacio para cuestiones más prosaicas. Pensemos, por ejemplo, en la economía y la explotación de recursos. De no resolver las urgencias de nuestro exhausto planeta, no quedará otra que dirigirnos hacia el aprovechamiento de materias extraplanetarias, escribiendo así un nuevo episodio en el amplio y cruel historial humano de conflictos económicos. La lectura de la saga de The Expanse, por ejemplo, sería un excelente punto de partida para curarnos en salud.

Esta inevitable y natural mirada hacia las estrellas nunca ha dejado de estar de moda desde que a un inquieto simio le dio por mirar arriba, cautivado por los luceros del cosmos, dando paso al homo erectus. El reciente coqueteo del ¿cometa? Oumuamua nos ha puesto las orejas tiesas. ¿Y si debatiésemos sobre estas posibilidades y el contacto real con vida inteligente extraterrestre más allá de nuestros perfiles de Twitter y teniendo maduras posibilidades tan dispares como la de los superseñores de El fin de la infancia de Clarke, los proteanos de Mass Effect, o los “bichos” de Starship Troopers? (la peli de Verhoeven, no la novela cansina de Heinlein). ¿Sabríamos comunicarnos con ellos como en la desternillante Mars Attacks de Burton o como en la deliciosa La llegada de Villeneuve?

Es tentador proseguir referenciando los innumerables planteamientos que nos propone el género ya que pocos en literatura hay más prolíficos. Mas temeroso de caer en el pecado mortal de todo escritor (la desmesurada exposición y cierto tufo a pedantería), cierro este programa con un último mensaje: no olviden votarme en las próximas elecciones.

 

*Imagen de Nicolás Lope de Barrios

 

Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetasClaves de la propaganda yihadista; #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy

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Posted: April 25, 2021 at 2:52 pm

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