Essay
Trans, el prefijo polémico
COLUMN/COLUMNA

Trans, el prefijo polémico

Gisela Kozak Rovero

Me parece demasiado conservador propiciar el cambio de identidad de género y de sexo porque un niño se “siente” niña y juegue con muñecas. Se le hace un flaco favor a los y las trans al medicalizar la identidad; en lugar de cuestionarse los roles de género, se naturalizan. No es casualidad que países conservadores como Irán acepten la reasignación de género, no la homosexualidad y el lesbianismo.

El drama de la identidad de género no me es ajeno. Soy una mujer de apariencia femenina (al menos eso creo) pero con algunas características de estilo y carácter identificadas convencionalmente como masculinas; no por casualidad he sido activista. Tanto el feminismo como el activismo LGBTQ+ han luchado contra la discriminación y la violencia que derivan de rechazar a las personas que no responden a lo que se espera de ellas socialmente hablando. La legitimidad de esta lucha, dentro de las democracias liberales, ha apelado a los derechos humanos universales y a las políticas públicas. No permitir que una mujer votara o que una lesbiana confesa fuese profesora, situaciones comunes en el siglo siglo XX,  significaban violaciones a tales derechos, así como impedir la inserción laboral y escolar de las personas transgénero. 

En los países con mayores cuotas de institucionalidad democrática, la orientación sexual y la identidad de género, distinta a la asignada al nacer en función del sexo biológico, han logrado ser tomadas en cuenta respecto a los derechos civiles y las políticas de salud sexual y reproductiva. El matrimonio igualitario y  el reconocimiento legal de la identidad de género son sin duda buenas noticias, que  no se repiten, por cierto,  en Asia, África o gran parte de Centroamérica y el Caribe. En todo caso, ha habido avances aunque sigan funcionando las discriminaciones sociales y culturales, razón por la que tiene sentido el activismo LGBTQ+.

 De hecho, en las democracias testigos de estos avances no hay unanimidad al respecto y sectores importantes de la población rechazan las conquistas del movimiento LGBTQ+, consideradas propias de la izquierda, de los comunistas o de los “progres”. Quienes así piensan no conocen la historia anti LGBTQ+ de los partidos de izquierda radical en el siglo XX ni les hace mella el firme conservadurismo de dictaduras  como las de Cuba, Venezuela y Nicaragua;  buscan pretextos políticos para justificar su rechazo a la diversidad sexual y de género. La existencia de estos sectores advierte que las conquistas obtenidas corren riesgos; debemos permanecer unidos y expectantes, en lugar de caer en errores políticos que propicien divisiones sin sentido en el seno de los movimientos feministas y LGTBQ+. Me refiero en concreto al impacto  del pensamiento de Judith Butler, biblia de la teoría y el activismo  “queer” en las últimas décadas. 

Butler desestima nuestra condición de mamíferos sexuados que se reproducen: más allá del carácter social y cultural de los roles de género, el sexo biológico es también, según esta autora, una construcción cultural, no un dato real de los sapiens, parientes de los primates. Dentro del activismo trans en el mundo académico y ya también  fuera de él la traducción de la teoría queer ha sido la siguiente: ser hombre o mujer no tiene nada que ver con el sexo biológico sino con identidades autopercibidas que se manifiestan como una parodia de las convenciones heteronormativas. Si ya la disforia de género, como se reconocía el fenómeno trans mucho antes de la teoría queer, contaba con una salida médica, cirugías y fármacos, ahora cuenta con la legitimidad de una teoría que postula que el género es un asunto más bien facultativo. 

Los debates que han surgido en España ilustran muy bien las consecuencias de la teoría queer en la esfera pública. Si en este momento yo, Gisela Kozak, declaro que soy un hombre, quienes me rodean deben actuar en consecuencia; si no lo hacen, caben dos acusaciones: transfobia, un problema mental de quien no acepta que soy un hombre, o feminismo TERF (trans exclusionary radical feminist), un problema político de las privilegiadas feministas cisgénero (conformes con el género que les fue asignado al nacer). De acuerdo a la polémica Ley de Género adelantada por PODEMOS en España, no haría falta el protocolo terapéutico obligatorio que antecede al cambio de la identidad civil; incluso, si yo fuese una niña o adolescente y declaro que mi género asignado al nacer no coincide con mi “sentir”, es posible apelar al protocolo médico; de no serme permitido por mis padres, se abre eventualmente la posibilidad de denunciarlos ante la ley. 

La derecha se ha rasgado las vestiduras de inmediato con un magnífico argumento en la mano: la amenaza al cuerpo de sus hijos. Los mismos infantes y adolescentes a los que no concedemos derechos políticos ni decisión respecto a sus vidas, educación y valores están, por lo visto, “naturalmente” dotados para decidir hormonarse de modo permanente y hacerse intervenciones quirúrgicas tan radicales como una mastectomía.  En la misma época en la que una y otra vez se nos advierte que tomar medicamentos y someterse a cirugías traen consecuencias, incluso cuando los necesitamos para seguir vivos, se promueve que un o una menor de edad evite el desarrollo biológico asociado a su pubertad. Así se corrige la trágica condición de aquel o aquella que nace en un cuerpo equivocado con un “alma de mujer” o un “alma de hombre”. 

En Nadie nace con un sexo equivocado. Éxito y miseria de la identidad de género (Deusto, 2022),  los psicólogos José Errasti y Marino Pérez Álvarez resumen los aspectos más relevantes de la polémica respecto a la infancia, la adolescencia y la medicalización de la identidad de género. Vivimos una época marcada por el narcisismo, por el dogma de la absoluta diferencia del sujeto individual respecto a sus semejantes, una peculiar frivolización del sujeto soberano moderno capaz de transformar radicalmente el mundo. Así, en  lugar de transformar la realidad, nos transformamos nosotros mismos con la ambición de que la realidad se adapte a nuestros deseos; la ciencia médica nos ayuda en este camino con cirugías y fármacos. Somos únicos, diferentes, capaces de todo, tan capaces que negamos el cuerpo, al estilo de la escolástica cristiana. En el cuerpo está el pecado, vamos a corregirlo: ¿cómo? Interviniendo, haciéndolo sufrir por la vía médica para que el alma, la identidad de género, se libre de su cárcel, el cuerpo equivocado. Como activista lésbica y feminista coincido con Errasti y Pérez Álvarez: estamos en la obligación de acompañar a los niños, niñas y adolescentes que se interrogan por su identidad de género con flexibilidad, inteligencia y con interés por su salud. No hay que caer en el chance implícito en la discutible idea de que una cirugía y unos fármacos corrigen las depresiones o los trastornos de ansiedad asociados a las infancias y adolescencias trans. Las declaraciones de jóvenes trans masculinos y femeninos que se han arrepentido de haber hecho la transición deben llamarnos a capítulo: el daño puede ser irreparable. 

Las incoherencias políticas no son pocas. Puede resultar odioso indicar que las trans más mediáticas son aquellas que parodian o copian a la perfección los rasgos más convencionales de la definición de lo femenino, pero negarlo es cerrar los ojos. Si el sexo y el género son imposiciones culturales, lo verdaderamente radical sería constituirse más allá de los géneros, al estilo de las personas no binarias que no se identifican con ningún género convencionalmente definido y que pueden dejar su cuerpo sin intervenir. Si dentro de mi cuerpo hay un hombre y me hormono para que me crezca la barba, ¿será que la barba es un atributo masculino y entonces la construcción del género sí está vinculada con la biología? ¿Debo suponer  que una niña amante de los deportes es un varón en el cuerpo de una hembra o que un niño amante de los bebés es una hembra en  el cuerpo de un varón?¿Acaso el  gusto por el maquillaje o por la mecánica viene del “alma” femenina o masculina?  Me parece demasiado conservador propiciar el cambio de identidad de género y de sexo porque un niño se “siente” niña y juegue con muñecas. Se le hace un flaco favor a los y las trans al medicalizar la identidad; en lugar de cuestionarse los roles de género, se naturalizan. No es casualidad que países conservadores como Irán acepten la reasignación de género, no la homosexualidad y el lesbianismo.

Entre activistas LGBTQ se han despertado incomodidades legítimas: ¿no se está propiciando un modelo binario, ayudado por la cirugía y los fármacos, en lugar de la asunción de la homosexualidad y el lesbianismo? ¿La crisis de los roles de género deviene en su nueva naturalización por la vía médica o la jurídica? ¿Qué significa “sentirse hombre o mujer”? ¿No es también una imposición cultural y social aceptada por los y las trans? No tengo inconveniente en que un adulto o adulta experimente con su cuerpo con la intervención de la medicina, al estilo del filósofo trans Paul B. Preciado, pero cabe preguntarse bajo cuáles condiciones debe hacerlo con recursos públicos. La transición debe ser un proceso cuidadosamente supervisado, con pleno conocimiento de sus consecuencias. Vale la pena recordar que así como se ha cuestionado el interés meramente pecuniario de las empresas farmacéuticas y las prácticas médicas en terrenos como la enfermedad mental, cabe preguntarse si en la medicalización de la identidad de género ocurre un fenómeno semejante, tal como aseguran Errasti y Pérez Álvarez, antes citados.

La naturalización de las esencias femenina y masculina se acompaña, paradójicamente, del borramiento de la mujer como sujeto político discriminado al nacer en función de su sexo biológico. Como el sexo biológico impone sus lógicas reproductivas, se propone entonces hablar de personas gestantes y menstruantes (hombres trans). La mesa está servida para los conservadores de todo signo ideológico, además de causar fricciones dentro del feminismo y dentro del movimiento LGBTQ+. Aunque son pocos los países en los que el activismo queer ha llegado tan lejos, entre las nuevas generaciones hay sectores que quieren desmarcarse de sus mayores feministas y LGBTQ+ aceptando sin chistar el irracionalismo rampante al uso y su neolengua. La continuidad de esta tendencia en el  activismo está asegurada.

No es casualidad que la censura y la cancelación sean las actitudes políticas más corrientes en Estados Unidos y otros lugares: cuanto más irracional es una postura, mayor será el impulso a silenciar en lugar de debatir. La acusación de transfobia o de feminista TERF puede traer consecuencias como el aislamiento, el escrache y las pérdidas laborales. Es una ironía imponer el silencio y el miedo como política cuando se trata de lo mismo que se hizo con las feministas y el movimiento LGBTQ en el pasado. Flaco favor nos hacemos convirtiéndonos en unos dogmáticos que se aferran a la división religiosa entre cuerpo y alma, niegan el peso de la reproducción en la vida y la afectividad humana y cuestionan la heterosexualidad y la condición “cisgénero” en tanto posiciones de poder. Nada menos menos transformador políticamente hablando que el punitivismo acompañado de dogmas de fe. 

 

*Imagen de Lorena Rodríguez

 

Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006); Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales (Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak

 

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Posted: June 14, 2022 at 8:13 pm

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