Essay
La no escritura del dolor
COLUMN/COLUMNA

La no escritura del dolor

Socorro Venegas

Tal vez la noche de verano en Barcelona inspire a otros lectores a elegir libros distintos. En la preciosa librería La Inexplicable yo no pude pasar de largo frente a una mesa donde un título desconocido de Marguerite Duras me buscó la mirada. Registré la ubicación para volver por él. Tenía que presentar mi propio libro de cuentos, hablar de la entretela de esas historias donde escribí desde un dolor que puede construir su lenguaje. El dolor como un territorio o un tiempo. Si es esto último, es el tiempo de la herida que ya no es aullido. La cicatriz, tal vez.

He pensado mucho en ese lugar de la escritura. Recupero las palabras de Horacio Quiroga en su célebre decálogo: no escribas desde la emoción. Déjala pasar y luego evócala, entonces podrás escribir. Cito de memoria. Pienso o me gusta pensar que en esa evocación ocurren mis cuentos. Tal vez no deja de ser terrible escribir sobre un dolor que siempre se siente vivo. Pero esto es lo importante: si se puede rememorar, si hay una distancia que puede graduarse (como si se midiera la temperatura: poner una mano en el corazón), entonces la escritura es viable. Esa es mi experiencia.

El dolor (Alianza Editorial, 2019) es el título de Duras. No lo conocía ni había oído hablar de él. Por poco pasa desapercibido incluso para la propia autora, pues se trata de un diario que mantuvo en 1945, durante la guerra y mientras su esposo estaba prisionero en Dachau. “No guardo ningún recuerdo de haberlo escrito”, dice ella en una nota introductoria. “Sé que lo he hecho, que soy yo quien lo ha escrito, reconozco mi letra y el detalle de lo que cuento, vuelvo a ver el lugar, la Gare d´Orsay, los trayectos, pero no me veo escribiendo este diario. ¿Cuándo lo escribí, en qué año, a qué horas del día, en qué casa? No sé nada”. Leo esto y recuerdo ese momento que reproduce Marguerite Duras en Escribir, cuando Lacan le dice: “Usted no debe saber que ha escrito lo que ha escrito”.

La evocación no es sólo traer los recuerdos de los hechos o la memoria verificable al presente, no. Se trata también, acaso sobre todo, del mundo emocional que se recupera. Una herida que se esconde. Quién querría volver a abrirla. Verla. Buscarse en ella. La escritora, por supuesto. Por eso no abandona el diario, por eso cuando le piden un texto de juventud, de algún modo recobra ese escrito. Aunque no sepa nada de él, tiene conciencia de esa pertenencia.

De qué calibre debe ser un escritor para recobrar esta escritura viva, ocurrida al límite.

Clara Janés, traductora de este y otros libros de Duras, se refiere a este volumen como una antología, pues son varios los escritos recopilados aquí, y la autora advierte en pequeñas notas si se trata de textos verdaderos o de ficción. Testimonios de la guerra, siempre. Y sin embargo, no puede caber en el lector la ingenuidad de pensar que no hubo reescritura. Ahí está la intención de hacer más legible lo escrito. De hacer literatura.

Este párrafo me parece precioso y preciso porque justamente muestra la voz desarticulada con la que el dolor puede apropiarse de cualquiera:

En la mente de madame Bordes, y en la mía, igual lo que está ocurriendo son conmociones sin objeto, desgarramientos de no se sabe qué, aplastamientos ídem, distancias que se crean como señalando por dónde salir y que luego se suprimen, se reducen hasta casi morir, sólo hay sufrimiento por todas partes, manar de sangre y gritos, por eso está el pensamiento imposibilitado para formarse, no participa en el caos pero está constantemente suplantado por este caos, sin recursos frente a él.

Un dolor que impide el pensamiento, que nos deja sin recursos, expuestos. Mientras la autora, primera persona del singular narrando en el libro, espera a Robert L., el marido arrestado por la Gestapo, se enamora de otro, que la acompaña, la contiene, la ayuda en esa espera terrible. Ese desgarramiento está en las páginas del diario. Nunca se cuestiona. Es así. Todos, incluido Robert L., se enterarán en su debido momento. Otro dolor es sagrado. Tiene que ver con las obligaciones extraordinarias impuestas por una época extraordinaria. Volverse un torturador o un acompañante de otros al paredón. Esto escrito con esa honestidad brutal que caracteriza a Duras.

“Me he encontrado ante un desorden fenomenal de pensamientos y sentimientos que no me he atrevido a tocar y comparado con el cual la literatura me ha avergonzado”, expresa Duras en las primeras páginas. No hay literatura posible con este material, parece decirnos. ¿Un diario intocado? Clara Janés, experta en la obra de la autora francesa es justa al situar el libro. “(…) Con cada voz, con cada frase, con cada coma y cada punto, queda claro que Marguerite Duras reescribió el texto en su totalidad”. La autora de El dolor es la consagrada escritora de la década de los ochenta –en 1985 fue publicado el libro por primera vez en francés. Reescribió después de 40 años. Una larga, larga evocación.

 

Socorro Venegas es escritora y editora. Ha publicado el libro de cuentos La memoria donde ardía (Páginas de Espuma, 2019),  las novelas Vestido de novia (Tusquets, 2014) y La noche será negra y blanca (Era, 2009); los libros de cuentos Todas las islas (UABJO, 2003), La muerte más blanca (ICM, 2000) y La risa de las azucenas (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1997 y 2002).  Ha recibido el Premio Nacional de Cuento “Benemérito de América”, Premio Nacional de Novela Ópera Prima “Carlos Fuentes”, Premio al Fomento de la Lectura de la Feria del Libro de León.  Es directora general de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM. Su Twitter es @SocorroVenegas

 

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Posted: July 21, 2019 at 9:09 pm

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