Essay
Un arterial concierto
COLUMN/COLUMNA

Un arterial concierto

Socorro Venegas

Mientras leía la novela El rastro (Almadía), de Margo Glantz, me vino a la mente una frase de la dramaturga Bárbara Colio, quien en alguna de sus obras dice más o menos: “A todos, de vez en cuando, nos sienta bien un velorio”. Algo así le ocurre a Nora García, la narradora de esta novela que va a su pueblo para asistir al funeral de su ex marido, un pianista que ha muerto de un infarto al miocardio. Ella es chelista, de modo que en estas páginas leeremos cómo los personajes comparten vida amorosa y musical.

A Nora le sienta bien este funeral. Más que bien. No por una cuestión de revancha o resentimientos que la muerte llegue a resolver. Ni siquiera es importante, en la novela, saber por qué terminó el matrimonio. Nora vive ese raro privilegio que es poder mirar y valorar una vida entera sin el dolor terrible de la pérdida. Aquí las heridas, si las hubo, han cicatrizado. Ese tejido de la cicatriz es el que permite explorar y sobre todo: narrar. Si acaso, lo que Nora teme es “recordar demasiado”. Porque en el trance del velorio va encontrándose con toda clase de personas, algunas solo con verlas le recuerdan por qué las detesta. Otras se presentan ante ella sin saber si deben darle el pésame. No es la viuda, pues ya se había separado de Juan. Incluso sostenían una amistad, aunque distante. Así describe Nora a la gente que la rodea: “¡Vaya, me digo, más que un entierro esto parece un circo, un almacén de curiosidades, un museo, también, ¿por qué no?, un desfile de modas!”

En esta revisión de su vida pasada, de ese matrimonio donde interpretaban música juntos la chelista y el pianista, surgen varias preguntas. Una fundamental que permea toda la novela es ¿qué es el corazón? Lo maravilloso es que Margo Glantz plantea varias respuestas, siempre bellas, duras también, y logra de todas maneras preservar el misterio de ese músculo que nos rige. En 1628 el médico inglés William Harvey publicó su libro Un estudio anatómico sobre los movimientos del corazón y la sangre de los animales, donde básicamente argumentaba que la sangre era bombeada alrededor del cuerpo por el corazón en el sistema circulatorio. En esta novela esa imagen de la circulación se convierte en un motivo importante. La narradora se apropia de frases muy conocidas (El corazón tiene razones que la razón desconoce), lugares comunes o dichos (morir solo como un perro) o la letra de un tango (la vida es una herida absurda) y las repite a lo largo del libro, organiza todo un sistema circulatorio con ellas. Y cada expresión tiene variaciones de una riqueza semántica enorme que van construyendo un discurso paralelo con las variaciones Goldberg de Bach, otro leit motiv en la novela.

Mientras mira el ataúd de Juan y decide si es una ventana o una puerta esa abertura cuadrada por la que puede ver el rostro del muerto, mientras eso pasa la memoria de Nora trabaja a toda velocidad, superando el ritmo cardiaco, porque si el corazón tiene razones que la razón no alcanza, la memoria lo supera todo, lo recompone, traiciona y reconstruye. Y es fascinante ese recurso de la escritora que recupera la voz del difunto frente a su ataúd, lo escucha como si él mismo la acompañara en ese duelo y recordara junto a ella la vida que tuvieron juntos. Testigos uno del otro, cómplices, amantes, Juan habla y su más allá es la memoria de Nora. “¿Acaso mi corazón y el suyo no fueron uno solo?”, se pregunta.

Es imposible no pensar en la investigación que hay detrás de este libro. En varias pistas. Historia de la música, fisiología del corazón y su anatomía, todo eso que configura a una narradora erudita, nunca pedante. Esta es, por ejemplo, una de las reflexiones que leeremos en El rastro: “La anatomía del cuerpo, y más particularmente la del corazón, nos remite a los grandes mitos creados por la humanidad, a la vida y a la muerte, a los orígenes del hombre y a su futuro. Incluso hay una cierta intención reivindicativa, pues se habla de cómo se prohibía a las mujeres tocar el chelo porque tenían que abrir las piernas.

Nora es un personaje extremadamente sensible; al principio de la novela, recién llegada al funeral dice no sentir nada, pero conforme avanza la historia y emergen los recuerdos y sobre todo emerge la voz de Juan, ella va entrando más y más en las aguas profundas de aquella que fue junto a ese hombre al que le cuesta reconocer en el cuerpo difunto. El bigote ralo, la delgadez extrema, pero también el recuerdo de las hermosas manos del pianista. Finalmente llega el momento en que Nora recuerda sus besos y llora. La traiciona, por decirlo así, la memoria del cuerpo.

En la narración de su pasado amoroso Nora alude a una especie de pareja espejo, la del pianista Daniel Barenboim y la chelista Jacqueline du Prè. Recuerda las fotos de ambos músicos, los describe exaltados, felices, para terminar lapidariamente con la reflexión de que un amor así solo podía acabar mal. Nunca dice esto de su propio matrimonio, pero el guiño está ahí.

Gran parte de la novela ocurre, como ya dije, frente al ataúd de Juan. Me pregunto si recordar el tiempo del amor ante el cadáver de alguien a quien se quiso tanto, es una suerte de victoria. Cuando sobrevivimos al amado, somos entonces toda la memoria: el que se queda se queda también con los recuerdos solo para sí mismo. El sobreviviente es el testigo único de la intimidad, de lo que solo dos solían saber. Dice la narradora, como para atemperar y aceptar al fin que la sangre de Juan ha dejado de circular, que es lo mismo que decir que su vida ha terminado: “Todo tiempo, toda luna, toda sangre llegan al lugar de su quietud”.

El rastro fue novela finalista del Premio Herralde en 2002, y se publicó por lo tanto en ese año bajo el sello editorial de Anagrama. Felicito mucho a Almadía por esta reedición, un libro hermoso y profundo como este siempre va a encontrar a sus lectores.

 

Socorro Venegas es escritora y editora. Ha publicado el libro de cuentos La memoria donde ardía (Páginas de Espuma, 2019),  las novelas Vestido de novia (Tusquets, 2014) y La noche será negra y blanca (Era, 2009); los libros de cuentos Todas las islas (UABJO, 2003), La muerte más blanca (ICM, 2000) y La risa de las azucenas(Fondo Editorial Tierra Adentro, 1997 y 2002).  Ha recibido el Premio Nacional de Cuento “Benemérito de América”, Premio Nacional de Novela Ópera Prima “Carlos Fuentes”, Premio al Fomento de la Lectura de la Feria del Libro de León.  Es directora general de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM. Su Twitter es @SocorroVenegas

 

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Posted: December 15, 2019 at 10:05 pm

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