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Las Astartés de Rodrigo Carrizo Couto

Las Astartés de Rodrigo Carrizo Couto

Zoé Valdés

Aprecio una enormidad los retratos que abordan y seducen mi imaginación desde ángulos frontales, y que de manera inextricable interpelan sin regodeos a la extraña que soy, incómoda dentro de mí misma. Los retratos de mujeres creadoras de Rodrigo Carrizo Couto llevan impregnados ese misterio, el de introducirse en el mundo del observador provocando fascinación, o más, duradera consternación; sea con la timidez rotunda en la sonrisa de una violoncelista aferrada al instrumento, Sol Gabetta, o mediante el desparpajo de unos labios y unos párpados vibrantes de una reconocida actriz, Susan Sarandon, o a través de la inocencia y fatiga, en la quebrantada mirada de una bailarina, Elisabet Ros.

SUSAN SARANDON            ©Rodrigo Carrizo Couto

 

En otro retrato, casi digo alado paisaje, Liv Ullmann levita como surgida de Fresas salvajes (1957), la película de Ingmar Bergman, aunque la actriz noruega no haya protagonizado ese filme en particular, pero sí otros del mismo cineasta; y tal pareciera que danzara desde una de aquellas iridiscentes secuencias, o quizá baila de verdad, como en aquel célebre retrato de Marlene Dietrich, por Jesse Fernández, cigarrillo en mano, en medio de dos desconocidos. Los retratos de Carrizo Couto evocan los movimientos atrapados por la melodía del fotógrafo y pintor cubano. Además, diera la impresión que palpitan repujados por esa luz perdurable y reverberante de las cinco de la tarde, amparados bajo la eternidad instantánea, sugerida por el suizo Luc Chessex, cuando el mar roto en esquirlas empapa la liviandad azogada de una isla.

LIV ULLMAN          ©Rodrigo Carrizo Couto

 

Con la japonesa, y condesa, Setsuko Klossowska de Rola, artista y viuda de Balthus, penetramos en una serenidad perturbadora. Sonríe y contempla hacia un lado, tal vez alguna reminiscencia extraviada, con esa vivacidad del deseo entretejida en sus dedos recogidos. Al alcanzar ese momento de intimidad que dura menos que un latido, el fotógrafo consigue que la prestidigitación le brinde un auténtico significado al milagro.

SETSUKO KLOSSOWSKA          ©Rodrigo Carrizo Couto

 

Siento una cierta (y hasta lógica) predilección por el retrato de Yuja Wang, casi a punto de sacarle una rapsodia con sus manos expertas en Prokofiev a los brazos de cuero desgastado del butacón en el que ríe repantigada. Es toda ardor, pulsión, sensualidad a borbotones. Me identifico con ella, años atrás, si hubiese sido retratada por Rodrigo, erizada aunque retraída, y puntual dadora, generosa. Es de todos los retratos el más dadivoso, porque es el más fértil y febril.

YUJA WANG           ©Rodrigo Carrizo Couto

 

Resulta raro conseguir una foto de Yasmina Reza, la escritora se oculta en su escritura –como debe ser–, y habitualmente recurre al drama elegante del silencio. Esta es una imagen más rara que ninguna anterior, en donde los ojos florecen desde el cuello, detrás de los lentes, cual cactus cautivo en el resplandor del desierto. La carnosidad daliniana de la boca pretende distraernos, diluir la atención de lo hondo espiritual hacia lo abismal concreto. Pero no, el retratista lo intuyó, sabe que no es la pulposa simbología de los labios, que por el contrario se trata de apresar la concavidad hiriente de las pupilas. La soledad que persuade desde la ingravidez de la mirada.

YASMINA REZA           ©Rodrigo Carrizo Couto

 

Mientras Liv Ullmann valsea, en esa especie de descampado, entre lo salvaje y divina, Maya Plisétskaya, esa Diosa de la perpetuidad de la danza, actúa inmersa en una reflexión que presiento aristotélica, como si enfrente no tuviera al retratista, sino al río en su fluir reiterativo y a ella misma en puntas encima de las piedras arrastradas por el agua -siempre las mismas-, los brazos batiendo en ralenti como si los sueños y las nubes habitaran en ellos. Junto a la Diosa, su marido, el compositor Rodion Schedrin.

MAYA PLISÉTSKAYA           ©Rodrigo Carrizo Couto

 

Por último, la compositora rusa Lera Auerbach, escoltada por una imponente biblioteca, cuyos volúmenes se besan entre si enclaustrados en un poderoso estante, coronándola, y en otro, debajo, se dan la espalda, como huidizos de la figura de la mujer que posa, las manos centradas en la mirada del lente y los ojos tanteando el espacio, entre ella y el fonógrafo, entre ella y yo, fija sin embargo en ese más allá para el que ella sabe que está destinada: la gloria de los ojos del espectador, el deleite del sonido en sus oídos.

LERA AUERBACH          ©Rodrigo Carrizo Couto

 

He intentado interpretar con mis palabras, la inusitada e inmensa perceptibilidad de Rodrigo Carrizo Couto al recrear a través de la imagen con su arte preciso y agudo la magnitud de los infinitos universos de estas notables creadoras, espero haberlo conseguido. Truman Capote quizá habría añadido que además del don y del látigo que Dios les dio, el azar concurrente lezamiano quiso que fuesen mujeres: soñadoras empedernidas, iniciadoras vitales, protagonistas resueltas, cabalgantes entre dos siglos, amadas y armadas Astartés. Rodrigo Carrizo Couto lo ha percibido como nadie, o como ese ser socrático, invisible y todopoderoso, rodante hacia la luz; mitad hombre, mitad mujer, cuyo reino es el del conocimiento, la distinción de los otros.

SOL GABETTA          ©Rodrigo Carrizo Couto

 

*Imagen de portada  Elisabet Ros

 

Zoé Valdés. Escritora, poeta y guionista de origen cubano residente en París. Ha publicado más de treinta novelas, entre las que destacan La Nada Cotidiana o Te dí la vida entera. Es Caballero de las Artes y las Letras de la República Francesa.

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Posted: October 4, 2018 at 10:06 pm

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