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La mexicanidad según D.H. Lawrence
COLUMN/COLUMNA

La mexicanidad según D.H. Lawrence

Tanya Huntington

Un grupo bastante nutrido de autores extranjeros viajaron a México inspirados por su lectura previa de La serpiente emplumada de D.H. Lawrence. La última novela de este autor, tan controvertido y censurado en su momento, fue publicada en 1926 después de varios años de viajes a distintos estados de la República desde el rancho Del Monte que había adquirido cerca de Taos, al otro lado de la frontera. La rama británica de este elenco de seguidores incluye a Aldous Huxley, también a Graham Greene, Evelyn Waugh y Malcolm Lowry. “Todos ellos se acercaron a nuestro país”, como anota con razón Hernán Lara Zavala, “no siempre en los mejores términos pero, eso sí, con una enorme curiosidad, no exenta, por qué negarlo, de cierta miopía y muchas veces de mala fe”.[1]

Sin embargo, no podemos achacar a Lawrence la misma mala fe que caracterizaría después a Greene: quiso transformar a México en un país mitológico de su propia invención, no condenarlo como una tierra de salvajes ingobernables. Lawrence comenzó a grabar sus impresiones sobre el país en una serie de crónicas que luego serían publicadas como Mañanas en México, una colección de estampas alabada por Octavio Paz, entre otros pocos lectores. Me parece importante señalarlo como ur-texto, dado que la mayoría de los autores que siguieron los pasos de Lawrence (con la excepción notable de Waugh) también escribieron primero una crónica de viaje, y poco después, una novela que utiliza aspectos de esa crónica como materia prima. Esta relación causa-efecto entre crónica y ficción sirve, por un lado, para recalcar la génesis mexicana de estas obras. En algunos casos, nos recuerda además que sus autores llegaron aquí con la encomienda de escribir en contra de México o, mejor dicho, en contra de la Revolución mexicana y de manera más soslayada, lamentar el fracaso del imperio británico en este país. No olvidemos que, tal y como señala Lara Zavala, el contexto de la Revolución, la Guerra Cristera y la expropiación petrolera es esencial para entender el “carácter punitivo” de muchas de las letras producidas por este grupo.

Sin embargo, aunque haya sido el detonador de este ciclo de “odiadores”, tendremos que tratar como excepcional el caso de Lawrence, quien llegó a México no para denostarlo, sino en la búsqueda desesperada de una utopía. La serpiente emplumada es la novela que invariablemente se encuentra detrás del tropo extranjero moderno de México como un país mágico, donde un cosmopolita con Weltschmerz puede resguardarse de los horrores producidos por el progreso y la industrialización. De entrada, como he señalado antes, podemos considerar esta visión de lo mexicano como un invento que satisface la necesidad específica de las culturas anglófonas de corroborar que la cultura hispana en general hubiera fallado en el cumplimiento de las dos metas principales de la modernización positivista del siglo XIX: el orden y el progreso. Luego, la intención de Lawrence no consiste en describir a México como un país primitivo, sino que más bien exigir que México sea un país primitivo para que él, cual profeta, pueda resignificar ese primitivismo.

En su estudio de Escritores extranjeros en la Revolución, Mauricio Magdaleno reproduce esta cita de Victoria Ocampo, que da en el blanco sobre la motivación de Lawrence:

(L)o que seduce a Lawrence en América es el piel roja, el azteca. No irá hacia la América mecanizada, que le horripila, sino hacia la América de Moctezuma, obseso siempre por la necesidad de hallar de nuevo, de recrear en alguna parte una atmósfera of dark sensual magic. Esa atmósfera que envuelve ciertos relatos de Seabrook, y de la que los etnógrafos que han vivido entre las tribus salvajes conocen bien el hechizo. He aquí por qué México, violento, sangriento, atrae a Lawrence. Y como siempre cuando algo le atraía, le repugnó también. The Plumed Serpent ilustra fielmente lo que ese país representó para él y cómo le llegó hasta las entrañas. No hay que pedir a esa novela una descripción exacta ni una visión perspicaz del México actual. Lo puso sobre sus sentimientos y nos refirió su drama eterno a través de aquel nuevo disfraz.[2]

Es decir, como todos los autores que escriben desde geografías ajenas, Lawrence buscaba liberarse de algo; en su caso particular, ese “algo” invariablemente resulta ser la represión sexual victoriana. Su meta principal, luego, no consiste en observar y registrar lo ajeno para bien o para mal, sino en escaparse de su propio entorno.

Después de atestiguar la devastación de la primera Guerra Mundial, Lawrence quiso revivir la ambición de ciertos conquistadores y frailes de fundar en las Américas una utopía, ni más ni menos, utilizando como base un mundo que había existido antes que Occidente. Como indicó José Emilio Pacheco en una ponencia aguda sobre el tema:

La primera posguerra fue la revelación: los cimientos de Europea se habían derrumbado y era necesario buscar otras causas y otros sitios que devolvieran a la existencia la plenitud perdida gracias a la intolerable civilización. Como en otro siglo, se quiso volver a los orígenes y creer en la bondad intrínseca de la naturaleza humana, en el buen salvaje. Lawrence pensaba que el aire de América era nuevo, el cielo no tan viejo, la tierra menos fatigada.[3]

Ahora bien, aunque haya llegado en pos de un mundo “nuevo”, Lawrence rechaza el México del presente para reinventar su pasado precolombino. Esta licencia se justifica, según el autor, por su interpretación de lo indígena como místico a través de la recuperación de la figura del dios Quetzalcóatl, la serpiente emplumada salvadora, junto con la de Huitzilopochtli, dios de la guerra algo que califica, según Lara Zavala, como una “¡Temeraria empresa que ningún mexicano hubiera osado!”[4]

Aunque curiosamente, resulta que un mexicano sí osó imaginarla: me refiero a La resurrección de los ídolos, de José Juan Tablada, quien acusó a Lawrence de haberlo plagiado. Esta, la única novela que escribió Tablada, apareció a lo largo de 1924 en El Universal Ilustrado en formato de folletín y también presentó las figuras de Quetzalcóatl y Huitzilopochtli como dicotómicas. En su prólogo a La resurrección, José Eduardo Serrato Córdova declara que la acusación era un “ardid publicitario” y “una mentira flagrante”.[5] Existen, sin embargo, varios paralelos que el crítico académico José Ricardo Chaves encontró en esta “novela americana inédita”.

Tablada supone una oposición nacional a nivel arquetípico entre un lado luminoso y otro oscuro (Quetzalcóatl-Arcángel versus Huitzilopochtli-Leproso); éste último es el que se ha impuesto en el país políticamente y ha sumido a la población en la ignorancia y la violencia”.[6]

Chaves también nota la manera en que Tablada no experimenta la teosofía como un ejercicio contemplativo, sino que “lo lanza a la acción y a la reflexión políticas”.[7] Desde la primera página menciona a Lemuria, el continente utópico mitológico que describía Madame Blavatsky en su doctrina secreta. Además, se subraya la escritura como una aventura psiconáutica. Todos son aspectos que podemos asociar con La serpiente emplumada.

En este sentido, también habría que considerar, como señaló en su momento Pacheco, la relación entre el personaje Ramón Carrasco creado por Lawrence y la figura de José Vasconcelos, quien estaba en 1924 en el apogeo de su lanzamiento de una nueva identidad mexicana cultural basada en el indigenismo.[8] Lawrence inventa una cofradía formada por los misteriosos Hombres de Quetzalcóatl, que buscan reinstituir de manera protofascista un culto precolombino, con todo y sacrificio humano. Desde luego, la etiqueta de protofascista le queda a Vasconcelos aunque a diferencia de la secta ficticia de Lawrence, si volvemos sobre la teoría de la raza desarrollada por Vasconcelos, resulta que para él, el mestizaje sirve para diluir lo indígena, en lugar de para sublimarlo.

Igual que las novelas mexicanas de otros británicos, La serpiente emplumada es considerada por un consenso dentro del canon de letras inglesas no como la mejor novela de viaje, sino la mejor novela de D.H. Lawrence —mérito con el que el propio autor concordaba. Cuando me preparaba para viajar a México por primera vez, me lo recomendaron en los Estados Unidos como “lectura obligada”. Marcó la pauta de lo que muchos extranjeros anglófonos buscan cuando vienen aquí no solo como turistas, sino como autores: un país primitivo por antonomasia, algo que consideran celebrable.

Ya he señalado la ironía de que, desde afuera, se perciba a México a través de obras que ni siquiera se han traducido al español, o que no se lean aquí. Desde la perspectiva de la recepción, esto da por hecho un disparate como punto de partida —que un retrato hablado sea tomado como auténtico por todos, menos por el retratado. Vale la pena señalar en el caso de Lawrence que, a diferencia de otras novelas que presentan una visión negativa de México, La serpiente emplumada, aunque no haya sido traducido hasta más de treinta años después al español, sí ha sido leída y comentada en este país por muchos autores, con opiniones que varían desde la alabanza hasta el rechazo, en su mayoría. Ninguno la llamaría la obra maestra de Lawrence. Cerraré con breves impresiones tomadas de las reflexiones de dos de ellos:

Lawrence tenía el don poético por excelencia: transfigurar aquello de que hablaba. Así logró lo que otros novelistas mexicanos y extranjeros no han conseguido: convertir a los árboles y las flores, los montes y los lagos, las serpientes y los pájaros de México, en presencias. […] Es curioso, por no decir lamentable, que ningún crítico nuestro haya dedicado un estudio serio a la producción mexicana de Lawrence. La serpiente emplumada es un libro disparatado y entrañable, Mañanas de México vale más que cualquier tratado de psicología y varios de los himnos y poemas que esmaltan –la palabra es justa—su gran y fracasada novela están entre lo mejor de su poesía.[9] —Octavio Paz

(Como) novela al menos, La serpiente emplumada es una de las menos eficaces de su autor. Es farragosa, lenta, desmesurada (se dirá, claro, que pretendió ser ficción y no documento). Desde el principio, sin embargo, su vigor narrativo, el increíble poder de Lawrence para describir paisajes y situaciones se ven menguados por un aire de crónica periodística y el deliberado afán de probar una tesis: lo que Lawrence piensa del otro México, de la revolución, del mestizaje y nuevamente de los indios.[10] —José Emilio Pacheco

 

*Imagen de by Nickolas Muray

 

Notas

1 Lara Zavala, Hernán. “Antiprólogo”, en Huxley, Aldous, Más allá del Golfo de México. México: FCE, 2015, 8.

2 Magdaleno, Mauricio. Escritores extranjeros en la revolución. Instituto Nacional de Estudios Historicos de la Revolución Mexicana: Ciudad de México, 1979, 120.

3 José Emilio Pacheco, “El México de los novelistas ingleses”, Revista de la Universidad, UNAM, México, 1964. 20.

4 Lara Zavala, 11.

5 “Prólogo” de José Eduardo Serrato Córdova, La resurrección de los ídolos de José Juan Tablada, Obras completas Vol. VIII, Universidad Nacional Autónoma de México, 2003, 13.

6 José Ricardo Chaves, Revista semestral del Centro de Estudios Literarios, Universidad Nacional Autónoma de México, Vol. 16, Núm. 2 (2005): 2.

7 Ibidem.

8 Menciona también Pacheco una posible correspondencia entre Cipriano Viedma y Álvaro Obregón. “El México de los novelistas ingleses”, 21.

9  Octavio Paz, “Los amantes de Lady Chatterley”, Vuelta 172 Marzo 1991 México, 27.

10 José Emilio Pacheco, “El México de los novelistas ingleses”, 21.

 

Tanya Huntington is the author of Martín Luis Guzmán: Entre el águila y la serpienteA Dozen Sonnets for Different Lovers,  and Return. Her most recent book is Solastalgia (Almadía / UAA, 2018). She is Managing Editor of Literal. Her Twitter is @Tanya Huntington

 

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Posted: January 26, 2021 at 8:46 pm

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