Essay
La primavera mexicana

La primavera mexicana

David Medina Portillo

Al parecer todo comenzó el 11 de mayo, dos meses antes de las elecciones en México. El aspirante del PRI, Enrique Peña Nieto, acudió a una invitación de “Diálogo con los candidatos” organizado por la Universidad Iberoamericana en donde fue duramente criticado por su responsabilidad directa en los sucesos de San Mateo Atenco. Contra lo esperado, el priista enfrentó a un auditorio hostil y sus declaraciones no lograron convencer a nadie: “fue una acción determinada para restablecer el orden y la paz en el legítimo derecho que tiene el Estado mexicano de usar la fuerza pública”. Palabras más palabras menos, eso fue lo que dijo, manoseando el ominoso legalismo de la peor tradición priista (algo parecido declaró Díaz Ordaz en el 68). Una vez concluido el acto, el candidato fue seguido por una muchedumbre que a gritos lo acusaban de represor y asesino. Tras los sobresaltos y a la pregunta de uno de los reporteros, el presidente del PRI, Pedro Joaquín Codwell, afirmó que sólo se trataba de un grupo de “acarreados” simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador. Un día después, 131 estudiantes hicieron circular en las redes sociales un video en el que –credencial en mano– declaraban que no eran “acarreados” sino estudiantes de la Ibero no dispuestos a tolerar más la exposición mediática de uno solo de los candidatos, Enrique Peña Nieto (en realidad, hablaban de imposición). El 18 de mayo, estudiantes de la misma universidad marcharon hacia las instalaciones de Televisa Chapultepec para demandar la inaplazable democratización de los medios. Al mismo tiempo, estudiantes del ITAM y otras universidades privadas hacían lo mismo en la sede San Ángel de la misma televisora. En fechas inmediatamente posteriores, jóvenes de otras universidades del país subieron a la web un segundo video con la demanda reiterada: democratización de los medios, particularmente de los canales propiedad de Televisa y TV Azteca. El lema del nuevo video fue “#YoSoy132”.

Súbitamente, el “despertar” de México fue una realidad, por lo menos para los miles de usuarios de las redes sociales que salieron a las calles protagonizando para muchos un inesperado resurgimiento del activismo social. En poco más de dos semanas las campañas presidenciales dieron un giro: si el día de la visita de Enrique Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana las preferencias electorales marcaban a su favor una diferencia porcentual de 20 puntos respecto de la candidata oficial Josefina Vázquez Mota y de Andrés Manuel López Obrador (representante de la coalición de izquierda PRD-PT), el 31 de mayo el periódico Reforma dio a conocer una encuesta con las siguientes cifras para los tres principales contendientes: 38% para EPN, 34% para AMLO y 23% para JVM. Al parecer, ese movimiento estudiantil surgido en universidades privadas que muy pronto logró el apoyo de la UNAM, el Politécnico y la UAM, junto con otras instituciones públicas del interior del país, había hecho caer 7 puntos al aspirante priista y, por su parte, logró que el líder de las izquierdas entrara de lleno en la contienda, situándolo en un empate técnico gracias a los 4 puntos de diferencia. Es cierto que desde el primer día el movimiento #YoSoy132 manifestó una oposición abierta al candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, a quien identifica con un ayer esencialmente antidemocrático respaldado, dicen, por las televisoras y otras instancias de la prensa y el poder económico. ¿No obstante, en qué medida este rechazo fue determinante para que la encuesta de Reforma mostrara un virtual empate entre dos punteros? Cualquier respuesta parece difícil, sobre todo porque las otras encuestadoras han mantenido un margen de diferencia sensiblemente amplio, a pesar de que sí registren un lento ascenso del perredista. Por lo pronto, lo único claro es que la disputa ya no será entre la aspirante del partido en el poder sino entre ese PRI que en seis años logró recuperar un gran número de gubernaturas en el país y una izquierda que, igual que en 2006, tiene otra posibilidad real de ganar las elecciones.

Ahora bien, me parece que sería un error pensar que el movimiento #YoSoy132 se agota en esta serie de acciones de coyuntura electoral. En sentido estricto, el fenómeno carece de identidad ideológica. Lo une sí el rechazo frontal de aquello que, a juicio de los jóvenes, representa Enrique Peña Nieto. Ya lo dijimos: la recaída en un pasado político ofensivamente corrupto y antidemocrático. Curiosamente, el señalamiento proviene de un sector de la población que nació con el colapso de 70 años de un partido de Estado y que, asimismo, creció sin otro horizonte que dos sexenios de alternancia inepta, dividida entre dos presidencias panistas más bien erráticas y una oposición de izquierda que tampoco ha sabido estar a la altura de las demandas ciudadanas. A propósito de estos 12 años, Roger Bartra decía hace poco que tanto el presidente como el anti-presidente (en dura referencia a AMLO como “presidente legítimo”, tras los alegatos de fraude en 2006) habían trabajado a favor del PRI. En este sentido, es de suponer que pese a su notable visibilidad, el carácter anti-Peña de las movilizaciones no es la única preocupación de los jóvenes activistas ni su objetivo de mayor alcance. No han faltado los episodios ocasionales de Josefina Vázquez Mota o los recurrentes del lopezobradorismo queriendo inclinar la balanza de las marchas anti-Peña a su favor. No obstante, tras una primera asamblea realizada el 31 de mayo en la UNAM, el movimiento #YoSoy132 se definió como una movilización plural hasta hoy apartidista. Las demandas marcadas por la agenda del día son muy concretas y buscan, precisamente, ejercer la presión social necesaria para que las instituciones electorales garanticen a la ciudadanía información objetiva sobre todos los candidatos, por ejemplo: una red de observadores electorales, auditar a las casas encuestadoras, difusión de los debates en cadena nacional televisiva, creación de la figura de un ombudsman de medios, etc. Las expresiones en contra de la “manipulación” informativa han conseguido, por lo pronto, que los dos principales foros de televisión abierta (el canal 2 de Televisa y el canal 13 de TV Azteca) transmitan en horario de gran audiencia el segundo debate. Asimismo, la vitalidad del movimiento ha hecho lo impensable hasta hace unos meses: despertar el interés por el proceso político en curso llevando a las calles a un grueso de la población sin distinciones sociales ni preferencias ideológicas. Se trata de una generación joven caracterizada hasta hace poco, según los socorridos estereotipos, por su apatía política. Sería mezquino negar que éste es otro de los dramáticos ejemplos de cómo las clases políticas del país han sido rebasadas, una vez más, por la ciudadanía a la que dicen representar.

Esta definición apartidista puede entenderse, según Jesús Silva-Herzog Márquez, como una falsa retórica que en uno u otro momento se perfilará, por ejemplo, a favor del voto útil en contra del PRI: “ahí puede estar la segunda etapa del movimiento”. Otras voces sugieren incluso la pertinencia de que el movimiento #YoSoy132 se encamine hacia la formación de un nuevo partido político. Sin embargo, por qué no considerarlo sólo como una manifestación independiente que debe acrecentar precisamente eso, su posición al margen de los partidos. Cuesta trabajo entender la necesidad de este tipo de manifestaciones pero la insatisfacción generada por las clases políticas de aquí o allá se ha vuelto una realidad incluso dolorosa. Y hace falta más de una sacudida desde fuera, precisamente. Según análisis realizados sobre la elección presidencial de 2006, el porcentaje de votantes que no se identificaban con ningún partido pero que acudió a votar rondó el 35%. Por su parte, el nivel de abstencionismo en ese misma elección fue de poco más del 40%. En la actualidad y de acuerdo con datos previos a la elección, de un padrón electoral cercano a los 80 millones la cifra de “indecisos” se ubica alrededor del 20%. Previsiblemente, el abstencionismo para las elecciones en puerta se mantendrá en un 40%, si no es que aumenta. Que 30 millones de votantes se abstenga de ejercer sus derechos es alarmante, más escandaloso es que los partidos no se sientan obligados ante quienes los votaron y, menos, frente al resto de la población. En consecuencia, nadie en sus cabales podría asegurar que las necesidades de la gente son las que definen la agenda política nacional.

Con todo lo significativas que pudieran ser las cifras arriba citadas, apenas si permiten ver la realidad que hay detrás de ellas. En efecto, para muchos la súbita irrupción del movimiento #YoSoy132 parece augurar, al fin, el aplazado despertar de México. Esto se debe quizá a que lo novedoso del fenómeno radica en que nació donde menos se esperaba, esto es, en un segmento de la población que, comparada con el resto del país, difícilmente podría clasificarse como marginal o directamente afectada por las crisis económicas y los altos índices de violencia e inseguridad que han quebrantado el orden público en el último sexenio. El razonamiento es contundente: si la incorformidad alcanza a los jóvenes de las clases media y privilegiada es porque algo grave está sucediendo. De la noche a la mañana esos jóvenes, naturalmente identificados con el 40% políticamente apático, mostró interés por una realidad que sin duda agravia al conjunto del país desde hace décadas. Las marchas se suscitaron en la Ciudad de México –hoy por hoy entre las ciudades más seguras del país– y de ahí se han extendido a otras entidades, destacando las de Guadalajara, donde han comenzado a dar cauce a múltiples demandas. ¿Qué demandas? La verdad es que no son otras que aquellas que, digamos, venimos arrastrando desde el levantamiento del EZLN en 1994. Nos guste o no, los cuestionamientos de la rebelión neo-zapatista fueron legítimos, pese a su inicial retórica insurgente de guerra contra el Estado. A partir de ahí, la lista de pendientes y afrentas a la ciudadanía es amplia. Enumeremos, entre muchos otros, algunos ejemplos: la masacre de Acteal de 1997; el caso Atenco de 2006 manchado por violaciones a los derechos humanos según la CNDH; las movilizaciones cercanas al millón de personas en la Marcha por la Paz que ocupó las calles y el zócalo de la Ciudad de México en 2008; las evidencias de impunidad y corrupción de altas autoridades tras el incendio de la guardería ABC; y, finalmente, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad encabezado por Javier Sicilia en 2011 en rechazo a la guerra fallida del gobierno de Felipe Calderón en contra del narcotráfico, lucha que casi ha generalizado el clima de inseguridad y ha puesto al país contra la pared. A ello hay que sumar las agudas crisis económicas de 1995 y de 2008, más la grave polarización social antes y después de las elecciones de 2006. Esta última, como sabemos, hizo evidente la necesidad de una legislación a fondo para garantizar la transparencia de los partidos y del IFE, lo mismo que una ley que regulara la incidencia de la televisión, la prensa escrita y la radio en los periodos electorales. ¿Hace falta recordar en este momento que la “Ley Televisa” para regular los medios fue aprobada en diciembre de 2005 por el pleno de los partidos en el Congreso en un tiempo récord de 7 minutos? En todo caso, no hay que olvidar que el voto del PRD y PT a favor de esa ley fue determinante, con aprobación expresa de la minuta por parte de Pablo Gómez. Sin embargo, en estas fechas ninguno de los partidos querría recordar ese episodio glorioso de unanimidad legislativa.

Las agresiones que ha recibido Javier Sicilia por su fuerte cuestionamiento a los actuales aspirantes a la presidencia parecen tener el mismo aire de familia que el descontento suscitado entre algunos sectores de izquierda por la inicial posición apartidista del movimiento #YoSoy132. Que ninguno de los partidos haya asumido un compromiso directo con las víctimas de la guerra al narcotráfico no importa. Lo fundamental es que el MPJD no se ha sumado a ninguna opción electoral –y eso es malo para los radicales de siempre. Ahora bien, aunque es prematuro hablar de una Primavera Mexicana, resulta alentador pensar que ambos movimientos (el MPJD y el #YoSoy132) representan el indicio al alza de una conciencia cada vez más participativa. Después de todo, el probable “amanecer” de México sólo podría venir de ahí, de movilizaciones a favor de causas ante las que nuestra clase política se ha mostrado sorda o francamente inepta. Precisamente, si la agenda política está siendo determinada e incluso banalizada por intereses de grupos económicos y de partido, parece obvia la necesidad de una participación política con inventiva y flexibilidad dado que ya no es posible limitarse a lo que hagan los partidos tradicionales con sus estructuras propensas a la endogamia. En tales circunstancias, el británico Colin Crouch ha señalado que, junto con las demandas cuya gestión usualmente pasa a través de los partidos, urge mantener una presión constante sobre esos mismos partidos. De eso se trata.


Posted: June 30, 2012 at 6:29 am

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