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Capadocia: Un sountrack para el paraíso perdido

Capadocia: Un sountrack para el paraíso perdido

Raquel Velasco

Capadocia.
Un lugar sin perdón.
Soundtrack original de la serie.
HBO Latin America Group, 2008.

 

Con uno de los números cabalísticos como el marco idóneo para compartir una historia fragmentada sobre el tránsito al vacío que implica la experiencia carcelaria, domingo a domingo, desde la óptica de los 13 primeros capítulos de Capadocia, la única serie mexicana trasmitida por HBO, fuimos partícipes del arriesgado reto de construir una mitología de la miseria humana a partir de una atinada selección de lugares comunes que contaban lo mismo sobre las mismas cosas: el destino es una frase abierta y el trayecto de nuestra existencia un juego de azar que no conoce ninguna regla.

Producida por Epigmenio Ibarra y Verónica Velasco, Capadocia supo reunir las voces dispersas de distintas mujeres que un día se encontraron habitando las tinieblas, obligadas a recurrir a la autodestrucción como ese acto que permite convertir la catástrofe en liberación, o el recuerdo ahogado en algún quicio de la memoria en la fortaleza para sobrevivir en el territorio de la criminalidad.

Capadocia ha sido propositiva en distintos niveles, pero uno de los más interesantes está relacionado con la firme convicción de su equipo creativo en que la música actúa sobre la imagen como un tensor dramático capaz de proporcionar una respuesta intensa en el receptor. Bajo la dirección compartida de Javier Patrón, Carlos Carrera y Pedro Pablo “Pitipol” Ybarra, capítulo a capítulo, la música se convirtió en un personaje que articulaba la anécdota en función de una gama de sentimientos planteada con base en la organización de los sonidos, otorgando un tono particular a las circunstancias recuperadas por prisioneras provenientes de muy diversos estratos sociales y referentes culturales. En este sentido, encontrar un tema musical para la serie involucró un confl icto que fue resuelto con la inserción de una espléndida composición de Camilo Froideval y Raúl Vizzi, donde el efecto narrativo está presente en la configuración de una pieza incidental que gradualmente nos introduce en la complejidad del encierro como metáfora de la soledad. Así, el arpegio protegido por acordes menores fusionados con voces orgánicas, alcanza al grito soslayado en el silencio, consolidando el tema de Capadocia como el prefacio perfecto a ese universo que ha hecho de la oscuridad una propuesta estética.

Capadocia es un centro de readaptación social en el que las reclusas trabajan para una empresa que busca privatizar las cárceles capitalinas de mujeres con la finalidad de obtener mano de obra a bajo costo. Se trata de ECSO, compañía de Cristóbal Sáenz (Enrique Singer), dedicada a la exportación de ropa femenina y al tráfi co de estupefacientes, a través de los contactos de Federico Márquez (Juan Manuel Bernal), quien se encarga de sobornar a una parte del poder judicial y de abastecer de droga a las presas. La prisión es dirigida por Teresa Lagos (Dolores Heredia), ex esposa del jefe de gobierno del Distrito Federal, quien, a pesar de sus esfuerzos por proporcionar una verdadera oportunidad a las reclusas, paulatinamente descubre que Capadocia es incapaz de traicionar su naturaleza carcelaria.

Toda serie necesita una canción original. Para componerla, Lynn Fainchtein, supervisora musical del proyecto, llama a Julieta Venegas, quien más allá de acusaciones de culpabilidad o alegatos de inocencia, recuperó musicalmente la tragedia de la reclusión. Su duda se centra en cómo hacerlo sin caer en la solemnidad, o cómo dejar de hacerlo, si se quiere retratar los vuelcos de la existencia; Venegas se pregunta: ¿cómo cantar sobre las vidas de aquéllas que han sido arrancadas de su cotidianidad para pagar una deuda? Y la interrogante se mantiene como tal pero adquiere una dimensión casi filosófica en la canción “Algo fue mío”: “¿Quién me ha dado esto que no pedí y nunca fui?”. En medio de un laberinto de paradojas, Julieta Venegas piensa en la imagen del hermoso ángel caído en que se convierte Lorena Guerra (Ana de la Reguera): una profesionista cuyos roles de esposa y madre suplantan su pasión por la química, pues decide dejar de ejercer para dedicarse al cuidado de sus tres hijos pequeños. Un fin de semana que su marido trabajaría hasta tarde dispone salir de la ciudad con los niños, pero después de un rato de carretera, uno de ellos comienza a desesperarse porque descubre que le falta el juguete con el cual duerme. Lorena regresa a su casa. Al llegar descubre a su esposo en la cama con su mejor amiga. Una escena repetidamente vista provoca la muerte de su rival, quien cae de las escaleras durante la pelea a golpes que se da entre ellas. La chica es hija de un juez y como sucede en México lo que pudo ser sentenciado como homicidio accidental se convierte en una condena de cuarenta años. Vuelve esta balada rock que en sus entrañas canta: “No me han perdonado ser quién soy; me han hecho a un lado. Nada soy porque del mundo me han desterrado y sólo me queda esta nada que es mía y se esconde en el hueco de mi corazón”.

Los personajes de Capadocia son profundamente ambiguos aunque en conjunto exhiben una realidad concreta: en cualquier momento podemos cambiar de rol y convertirnos en los desafortunados de la historia. No sabemos cómo cae La Bambi (Cecilia Suárez) en la cárcel. A este personaje lo conocemos durante un motín que la convierte en la dealer y gobernante absoluta de la prisión, luego de matar a su antecesora. Será el azote de Lorena Guerra hasta que descubre su habilidad para manipular químicos y ésta le pide trabajar con ella a cambio de coca. Desde este momento, disminuyen las provocaciones de La Bambi, quien ha permitido que su punto débil sea la Colombiana (Cristina Umaña), de la cual está enamorada. La serie opera por medio de contrastes, de manera que no es sorprendente que la música que da identidad a La Bambi sea un sutil tema instrumental de Froideval y Vizzi, donde aparece una contraposición entre el piano y un violín, triste y calmado, que lamenta la caótica relación amorosa de la Bambi y la Colombina, al evocar un final feliz que desaparece en una nota suspendida.

Otro giro en el abismo. En medio de una pelea por celos, Lorena asesina a la Bambi, tras inhalar un pase y ser golpeada por ésta después de dejarse consolar por la Colombiana, justo en el momento previo a recibir la noticia de que Teresa Lagos consiguió la supresión de su condena. La música ahora deberá conseguir otro matiz para defi nir a esa Lorena que permanecerá los siguientes 30 años en Capadocia por homicidio, pues el personaje se transforma nuevamente y Ana de la Reguera ofrece una pintura exacta del proceso de envilecimiento al modo de El retrato de Dorian Grey. Lorena no puede hacerse oír por la misma voz. Entonces Julieta Venegas le pide a Lynn Fainchtein que escuche a una vanguardista cantante española: Vanexxa, la cual otorgará a Capadocia uno de los temas más significativos para acentuar la transición narrativa: “Cuentos chinos”, underground madrileño que nos lleva a la comprensión de las maneras del desengaño: “Sangre de guerrea, mandíbula tensa, los puños preparados (…) Yo he quemado mis cartas de recomendación, reinvento día a día mi condición, reivindico mi derecho a quererme, la ratona presumida, esa soy yo”.

En Capadocia, la música es un reflejo de la naturaleza de los personajes, sin estructuras maniqueas ni ritmos encasillados; es la imagen sonora de los andamiajes presentes en la consecución de una pieza musical que será el eje detonante de la reacción climática por la cual el receptor sale al encuentro de sus contradicciones conforme los acordes se acumulan y, ordenadamente, fieles a las pausas requeridas para dar origen a la creación de una atmósfera tangible, obtienen la fusión de música e historia, proyectando la anécdota al nivel de experiencia interior que asume como propio el ordinario flujo de las pulsiones humanas.

Conocemos la mayoría de la historias de Capadocia al ingresar a las sesiones terapéuticas de las presas con el siquiatra (Alejandro Camacho) del reclusorio. Al juntar los diferentes flujos de conciencia es posible trazar un mapa del Distrito Federal en el que aparecen estilos de vida tan distantes como los polos geográficos, organizados por una cultura que sostiene sus valores con base en la distribución de las clases sociales; como ocurre con el tema musical y capítulo dedicados a la santita de la Roma, que extraen de la memoria el insólito rescate de los 9 recién nacidos sobrevivientes del terremoto de 1985, uno de los episodios más signifi cativos de la ciudad de México, que en algunos sectores se vuelve un pretexto para la aparición de fanatismos.

La música que integra el soundtrack de Capadocia no está exenta de esta narración urbana: aparecen las cumbias escuchadas en las vecindades como reminiscencia del pasado vertido en este ritmo que comienza a perfi larse como el auténtico tango mexicano; está presente la música de arrabal, de los grandes dúos, el funk, lo grupero, el techno, lo electrónico, el rock, lo clásico, el underground e incluso el flamenco, géneros que trascienden su forma original y se mezclan con otras infl uencias en un esfuerzo por alcanzar una colectividad musical democrática e incluyente, en la que participan artistas tan opuestos como los miembros de Aventura, Los Terrícolas, el Instituto Mexicano del Sonido, Beto Zavaleta y Gregorio Oviedo, Paula Domínguez y Paco Aguilera, Acapulco Tropical, Jessy Bulbo, Vanexxa, Mery Dee, Bianca Alexander, Lucrecia, Porter, Mineko Mori, entre otros.

La banda sonora de la serie es un producto, además de sincrético, comercial. Ejemplo de ello es el éxito de la mencionada balada rock “Algo fue mío” de Julieta Venegas; de otro de los sencillos de Capadocia, interpretado por Kanny García: “Bajo el mismo cielo”; la canción de esta misma artista “¿A dónde fue Cecilia?”, tema utilizado para acentuar el drama de Antonia (Óscar Olivares), un transexual que cae en la cárcel por robo menor y ahí es violada repetidas veces; o “Paula ausente” de la colombiana Marta Gómez, una reconocida canción del folclor latinoamericano inspirada en la novela Paula de Isabel Allende, que nos permite refl exionar sobre la fragilidad de nuestras certezas.

Así como la serie recupera las paradojas de la cotidianidad y los bajos fondos de la metrópoli, la música reunida en el soundtrack de Capadocia profundiza en los alcances del ritmo y para ello convoca diferentes tradiciones. Exige un oído global que inspire el entendimiento de la historia individual y colectiva de la ciudad de México, narrada desde el umbral de esta prisión que no es sino un espejo opaco de la vida y símbolo de cómo el día a día no es sino sortear los remolinos del podría ser y esperar de este mundo, a la manera de Frida Kahlo, que la salida sea leve y no regresar jamás.


Posted: April 14, 2012 at 10:05 pm

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